LA POESÍA DE NICARAGUA: DIÁLOGOS CON FRANCIA Y LOS ESTADOS
UNIDOS
CARLOS MARTÍNEZ RIVAS Y CHARLES BAUDELAIRE: DOS PINTORES DE LA
VIDA MODERNA
Hay
similitudes fundamentales entre el escritor y el artista según
Octavio Paz en el ensayo “Presencia y Presente: Baudelaire
Crítico de Arte.”[1]
De una secuencia finita de sonidos o de un espectro limitado de
líneas y de colores, se pueden crear ciertas formas verbales o
visuales. Las palabras y los colores existen en un contexto
relativo, definiendo su significado aproximado en conjunto con
los otros elementos de la página impresa o la superficie
pintada. Paz sigue con la idea de que con la excepción del arte
moderno o del arte meramente decorativo, todas las obras
pictóricas de la humanidad presentan dos niveles. El primero es
una representación, una relación de líneas y de colores. El
segundo, en un plano más allá de lo pictórico, es lo que Paz
define como “un objeto real o imaginario”.[2]
Tanto el poeta nicaragüense Carlos Martínez Rivas (1924-1998)
como Charles Baudelaire son escritores cuyos textos literarios
poseen cualidades “pictóricas” y “meta-pictóricas” que
demuestran la vida moderna como la define Baudelaire en su
importante ensayo publicado en 1863 “Le Peintre de la Vie
Moderne” (El pintor de la vida moderna): “La modernidad es lo
transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte, del
que la otra mitad es lo eterno y lo inmutable”.[3]
¿Cómo funciona en el poema esta combinación de lo efímero y lo
eterno? ¿Cómo le extrae el poeta al mundo exterior lo que
Baudelaire llama “la beauté mystérieuse” (la belleza misteriosa)
para entonces transformarla a través de la función analógica de
la imaginación? Trataremos estas cuestiones en el estudio que
sigue tomando como punto de partida la relación intertextual
entre “Dos Murales U.S.A.”[4]
la olvidada obra maestra de Carlos Martínez Rivas y “Tableaux
Parisiens” (Cuadros parisienses) de Les Fleurs du Mal (Las
flores del mal) de Baudelaire.[5]
El
Poema Meta-pictórico
Los
mismos títulos de estas dos obras sugieren un acercamiento a los
Estados Unidos y a París que tiene que ver con la pintura. El
poema largo de Martínez Rivas se constituye de dos secciones de
igual extensión, cada una dividida en seis partes. El poema es
un doble mural que presenta primero los aspectos diurnos y luego
el panorama nocturno de un paisaje urbano. Los “Tableaux
Parisiens” que siguen “Spleen et Idéal” y que forman lo que
podría considerarse el corazón de Les Fleurs du Mal, son
una serie de dieciocho escenas de la vida parisina, que también
llevan en sí las huellas de las distintas realidades del día y
de la noche. Ambos poetas abren sus obras respectivas con una
invocación de un espíritu aéreo. El narrador atrapado de “Dos
Murales U.S.A.” empieza a hablar “mientras que prisionero de las
escalerillas/de escape”. En el poema de Baudelaire “Paysage”
(“Paisaje”), el hablante se considera un “voisin des clochers”
(“vecino a las campanas”) y mira el mundo “du haut de ma
mansarde” (desde mi alta buhardilla). Sus perspectivas elevadas
les otorgan a los dos hablantes una cualidad omnisciente que
produce un retrato de un mundo del cual son curiosamente
desligados a pesar del enfoque terrestre de otras secciones en
el poema de Martínez Rivas u otros poemas en la serie de
Baudelaire. Es decir, el poeta-pintor de la vida moderna observa
la ciudad a ras de tierra entre la foule (la muchedumbre)
pero también desde arriba - una perspectiva que recuerda las
visiones de halcón de París de Camille Pissarro.
La
confluencia de las lenguas creadoras es, para el autor de
“Correspondances” (“Correspondencias”), una manera de articular
la unidad del ser. Baudelaire cree que Eugène Delacroix ha
logrado interpretar mejor que nadie “lo invisible, lo
impalpable, el sueño, los nervios, el alma” y que lo ha
hecho no sólo con “la perfección de un pintor consumado” sino
“con la exactitud de un escritor sutil, con la elocuencia de un
músico apasionado”. Baudelaire sigue con un comentario sobre las
dificultades ontológicas de su época que requieren de un
acercamiento más sintético a la adquisición del conocimiento
espiritual: “Es, además, uno de los síntomas de nuestra época
que las artes aspiran si no a sustituirse, por lo menos se
prestan recíprocamente nuevos poderes”.[6]
Los ensayos de Baudelaire sobre las artes visuales (los Salones
de 1845 y 1846 y también “Le Peintre de la Vie Moderne”)
demuestran de una forma muy clara la búsqueda de parte del poeta
de un equivalente estético a la Teoría del Campo Unificado de
Einstein. Tampoco hay que olvidarse del conocido poema de
Baudelaire “Les Phares” (“Los faros”) en que los artistas Rubens,
da Vinci, Rembrandt, Miguel Angel, Watteau, Goya y Delacroix se
presentan como guías y testigos a la perpetuación de la pasión
humana: “cet ardent sanglot que roule d'âge en âge” (“este
ardiente grito rodando en las edades”).
Desgraciadamente, debido al carácter intransigente de Carlos
Martínez Rivas, las extensas crónicas del poeta nicaragüense de
exposiciones y de museos en Madrid, París, Nueva York y Los
Angeles nunca fueron publicadas durante su vida.[7]
Sin embargo, la prueba de su profundo interés en las artes
visuales es abundante en La insurrección solitaria
(1955). Además de las referencias explícitas a da Vinci en
“Canto fúnebre a la muerte de Joaquín Pasos”, a Van Gogh en
“Retrato de dama con joven donante”, a Goya en “Cuerpo cielo”, y
a Klee en “Arete”, la poesía de Martínez Rivas, según el poeta
en una entrevista reciente, alude implícitamente a muchas obras
de arte específicas:
“La
pintura siempre ha tenido una influencia enorme en mi poesía.
Cito, por ejemplo, a dos cuadros en Paris que vi en el Louvre.
Hay uno de Lucas de Leiden que se llama ‘Lot y sus hijas’ que
aparece en mi poema, ‘Beso para la mujer de Lot’. La ciudad en
el cuadro, Sodoma, tiene una rima plástica con los barcos que se
hunden. Lo copié directamente… hasta ella. La veo detrás en el
puentecito… También un cuadro de Pieter Bruegel, ‘Los lisiados o
Leprosos’ tiene algo que ver con la última parte de mi poema
‘Dos Murales U.S.A.’”[8]
Ambos poetas comparten un reconocimiento de que los que trabajan
en el campo de la literatura pueden encontrarse con limitaciones
estéticas graves y que en un momento dado habría que buscar otra
lengua creadora que no padezca de la intangibilidad de las
palabras. Martínez Rivas habla de este tema en “Canto fúnebre a
la muerte de Joaquín Pasos”, una hermosa elegía al poeta
nicaragüense que murió a los 32 años en 1947:
Y
para todo esto sólo te dieron palabras,
verbos y algunas vagas reglas. Nada tangible.
Ni
un solo utensilio de esos que el refriegue
ha
vuelto tan lustrosos. Por eso pienso que
quizás - como a mí a veces - te hubiese gustado más pintar.
Los
pintores al menos tienen cosas. Pinceles
que
limpian todos los días y que guardan en jarros
de
loza y barro que ellos compran.
Cacharros muy pintados y de todas las formas
que
ideó para su propio consuelo el hombre simple.
[La
insurrección solitaria 56]
Para
Martínez Rivas el acto de pintar es ostensiblemente un proceso
consolador en cuyas propiedades concretas (precisamente lo que
le falta a la escritura) se puede fiar más. En poemas como “Dos
Murales U.S.A.” y “Tableaux Parisiens” los poetas imitan el acto
de pintar. Escriben con las líneas y los colores que el artista
produce con pinceles y pintura para crear la dinámica a través
de la cual lo pictórico genera a lo meta-pictórico.
Octavio Paz señala una tensión contradictoria que caracteriza lo
que escribe Baudelaire como crítico de arte: “La oposición entre
lo pictórico y lo meta-pictórico, resuelta al fin en beneficio
de lo primero, se reproduce en la relación también
contradictoria entre “lo eterno y lo transitorio”: el modelo
ideal y la belleza singular”.
[9] El sujeto de “Le Peintre de
la Vie Moderne”, Constantin Guys, abarca estas contradicciones
precisamente porque, aunque no logra alcanzar lo eterno en sus
dibujos de la vida parisina, tiene mucho éxito en documentar el
momento fugaz y las rápidas impresiones que forman la base de la
definición de la modernidad de Baudelaire. No es simplemente el
testimonio evanescente del presente lo que le atrae a
Baudelaire al trabajo de Guys, sino la minuciosidad casi
perfecta del artista. El ámbito del trabajo de Guys, según la
crítica de Lois Boe Hyslop, es sumamente completo:
“…Un
estudio de los centenares de dibujos que hizo Guys durante sus
años en Paris nos da un retrato auténtico de las costumbres, la
ropa, las preocupaciones y los entretenimientos de los niveles
altos y bajos de la sociedad parisina de esa época”.[10]
André Ferran en L'Esthétique de Baudelaire (La estética
de Baudelaire) concuerda que el mérito de Guys “es de traer con
torpezas y descuidos el archivo de la vida de su tiempo”.[11]
Pero lo que nos interesa, por supuesto, es cómo el “cuadro de la
vida exterior”, que Baudelaire encuentra tan admirable en el
trabajo de Guys (aunque Baudelaire lo pone en una categoría
junto con el de los poetae minores), se manifiesta en el texto
poético dado la conciencia del poeta de que lo efímero coexiste
con lo eterno en proporciones iguales.
Dos
poemas sirven como ejemplos de cómo ambos poetas intentan
resolver esta dificultad estética. Ningún texto, tal vez,
plantee el problema de una forma tan directa como “A Une
Passante” (“A una transeúnte”) de Baudelaire:
Un
éclair… Puis la nuit! - Fugitive beauté
Dont
le regard m'a fait soudenaiment renaître,
Ne
te verrai-je plus que dans l'eternité?
(Un
relámpago. Noche. Fugitiva belleza
Cuya
mirada me hizo, de un golpe, renacer,
¿Salvo en la eternidad, no he de verte jamás?)
La
oscuridad traga la belleza fugaz de una mujer mientras ella, la
transeúnte, desaparece en una calle atestada. La naturaleza
transitoria del encuentro imaginado, tan poderoso que el poeta
cree que le ha dado una nueva vida, depende de la imposibilidad
de su repetición y de su conjugación incierta con la eternidad.[12]
Un momento similar ocurre en la enigmática sección con la que
abre “Dos Murales U.S.A.” de Martínez Rivas. El poeta transforma
el acontecimiento cotidiano de una mujer pasando por las puertas
automáticas de vidrio de un almacén en una meditación sobre la
vida moderna:
Bajo
la alta pública mecida cuna de luz
en va y ven;
por
la batiente l mina de reflejo y ráfaga
entras:
en
sandalia la planta pie celeste.
A
mano grande como pie abierto como risa.
Suelta
la
crin de púrpura y herrumbre,
greñas
amparando la negligencia del siglo.[13]
Tal
como en el poema de Baudelaire, la figura femenina se mueve en
un ambiente público. El poeta se dirige a ella de una forma
directa tuteándola mientras reconstruye en su imaginación la
escena observada aunque no se hizo ningún contacto personal.
Este monólogo, o diálogo no correspondido, contribuye en ambos
textos a un sentido de futilidad y de patetismo. Como la figura
asociada con el subtítulo de la primera sección de “Dos Murales
U.S.A.” (“La Muerte Entrante”), la mujer con sandalias y melenas
teñidas es a la vez representativa de su época y vinculada con
la eternidad.
Ambas mujeres son emblemas de la belleza según los respectivos
poetas la aprecian. Tienen mucho que ver con lo que Baudelaire
llama “el heroismo de la vida moderna”, una idea que introduce
en su “Salón de 1845” (“Nadie tiende la oreja al viento de
mañana, pero el heroismo de la vida moderna nos rodea y nos
presiona)[14]
y desarrolla con mayor amplitud en lo que escribe en el Salón
del año siguiente:
“Antes de tratar de distinguir el lado épico de la vida moderna,
y antes de dar ejemplos para comprobar que nuestra época no es
menos fértil en temas sublimes que en épocas anteriores, podemos
afirmar que como todos los siglos y todos los pueblos han tenido
su propia forma de belleza, así inevitablemente tenemos la
nuestra.
Todas las formas de la belleza, como un posible fenómeno,
contienen un elemento de lo eterno y un elemento de lo
transitorio - de lo absoluto y de lo particular. La belleza
absoluta y eterna no existe, es decir es solamente una
abstracción desnatada de la superficie general de distintas
bellezas. El elemento particular en cada manifestación procede
de las emociones: y tal como tenemos nuestras emociones
particulares, así tenemos nuestra propia belleza.”
[15]
Baudelaire destaca además cómo los temas privados, como por
ejemplo los habitantes criminales de un gran centro urbano, son
más heroicos que los sujetos públicos y oficiales.
Pintando la Ciudad Moderna Llena de Sueños
Para
Baudelaire y Martínez Rivas, la modernidad se compone de
opuestos. El mundo intensamente subjetivo e individualista del
poeta coexiste con la realidad de las calles, la muchedumbre y
la cultura popular. Las “emociones particulares” de los dos
poetas definen la belleza moderna como una manifestación de las
vidas de los miserables. Según Octavio Paz, estos personajes,
que incluyen los viejos y los enfermos, los mendigos, los
músicos callejeros, los criminales y las prostitutas, forman un
grupo selecto cuyos rostros desdichados resumen “lo bizarro, lo
irregular y lo disforme, todos los atributos de la belleza
moderna… El signo de la modernidad es un estigma: la presencia
herida por el tiempo, tatuada por la muerte”.[16]
El poeta es un flâneur, un observador solitario en las
calles, un fenomenólogo itinerante, un compendio caminante de la
vida en la ciudad. Hay una cualidad anónima en cuanto a estas
personas en los poemas de Baudelaire y Martínez Rivas a pesar de
la abundante y detallada descripción de su aspecto físico. Se
piensa por ejemplo en los “sabots lourds” (“bastos zuecos”) de
la mendiante rousse (mendiga pelirroja) de Baudelaire y
las sandalias con “la suela de palo” y “la hedionda correa” que
lleva la mujer en el comienzo de “Dos Murales U.S.A.”
Ambos poetas dependen de una intimidad impersonal con el sujeto
para poder establecer enlaces entre lo particular y un absoluto
que muchas veces expresa deficiencias sociales. En “Les Sept
Vieillards” (“Los siete viejos”) de Baudelaire, por ejemplo, el
poeta se asombra con “ce sinistre vieillard que se multipliait!”
(“este viejo siniestro que iba multiplicándose”). Parece que el
poeta está consciente de cómo la sociedad industrializada
europea de la mitad del siglo diecinueve empieza a fabricar la
miseria en serie. La vida en un centro urbano del siglo veinte
en los Estados Unidos de “Dos Murales U.S.A.” es de otro orden.
Contra el vacío y la enajenación de la vida moderna como la
percibe, Martínez Rivas opone las vidas “heroicas” y la belleza
de algunos de los mismos personajes marginados que habitan los
poemas de Baudelaire:
¿Acaso
aquí, el grito
del
vendedor; el silbido
de
la ramera; el toc
toc
del cojo;
los arrastriscos
contrahechos en sus muñones, como
candelabros arrumbados;
¿acaso
el
pobrecito hablador;
la
miseria y su tonadilla - digo,
su
desdentado hueco músico - halló
pérdida
pozo
eco
en la colmenar oreja vacía de la piedra?
El
narrador en el poema de Martínez Rivas está despojado de la
piedra y de la historia humana asociadas con una cierta
arquitectura que existía en la Europa de Baudelaire, pero no en
los Estados Unidos, un país en que el presente es ensordecedor y
el pasado es mudo. Según el hablante lírico de “Dos Murales
U.S.A.”, el presente de los “Tableaux Parisiens” de Baudelaire
es más aceptable que un mundo contemporáneo que Martínez Rivas
caracteriza en otro poema como “plástico, supermodelado y
vacío”.
Las
víctimas vivas de la modernidad poseen para ambos poetas una
especie de heroísmo que, en cierto sentido, se puede transferir
al proceso de la creación de la belleza literaria de una
realidad dolorosa. El crítico Jean Starobinski destaca estas
posibilidades heroicas que el presente le ofrece al poeta:
“A
la vulgaridad o a la apatía de la edad moderna, Baudelaire no
opone un arte del pasado, sino un arte de la modernidad. El
opone a un presente desastroso un presente heroico. Se nota que
para Baudelaire el presente es, a la vez, el punto de la
más dolorosa desilusión, del desaliento más profundo, y el sitio
donde debe surgir la belleza nueva y conmovedora.”[17]
No
obstante, es sumamente problemática la cuestión del realismo y
cómo se transforman en poesía los elementos del mundo exterior.
¿Qué agrega el poeta a lo estrictamente documental (si existiera
una categoría tan racional y empírica) para crear un poema como
“Les Aveugles” (“Los ciegos”) o la tercera sección devastadora
del mural diurno de Martínez Rivas en que la césped de los
Estados Unidos se convierte en “los lozanos vastos/altos pastos
del pánico”? La respuesta, según el crítico Wolfgang Drost tiene
que ver con una doble posición que asume el poeta. El comentario
de Drost sobre los “Tableaux Parisiens” también ilumina la
técnica literaria de “Dos Murales U.S.A.”:
“La
posición de Baudelaire es, pues, doble. Su “asco por lo real” no
llega hasta el punto de rechazar la representación del mundo
exterior. Muy al contrario, él exigía la realidad, pero llena de
vibraciones, cargada de ideas y de emociones”.
[18]
En
el poema de Baudelaire “Les Aveugles”, por ejemplo, el poeta
carga la realidad con sus propias emociones particulares
mediante la observación cuidadosa de sus sujetos. Pero el poeta
penetra no el carácter de ellos, sino su propia psique:
on
ne les voit jamais ver les pavé
Pencher rêveusement leur tête appesantie.
Ils
traversent ainsi le noir illimité,
Ce
frére du silence éternel…
Je
dis: Que cherchent-ils au Ciel, tous ces aveugles?
(nunca vemos que inclinen a la tierra
Con
aire soñador sus sólidas cabezas.
Atraviesan así lo oscuro ilimitado,
Ese
hermano gemelo del silencio…
Me
pregunto: ¿qué buscan los ciegos por el cielo?)
Por
último los ciegos del poema de Baudelaire se conforman con las
propias limitaciones y aspiraciones del poeta. Las cualidades
meta-pictóricas de esta escena parisina cotidiana, sin embargo,
trascienden al poeta individual y también los llamados aspectos
“reales” del mundo exterior que el poeta transforma en verso. El
crítico André Ferran señala estos rasgos del acercamiento de
Baudelaire al proceso creador:
“No
creemos que él se incline al realismo. La pintura de la vida
real no vale nada para él si no es transformada por el
temperamento del artista, animada por su imaginación. La
modernidad siempre se enriquece para él de síntesis o de
cristalizaciones que los recuerdos o la sensibilidad personal
del artista incorporan allí a la hora de la creación.”[19]
Los
poderes intrínsicamente alusivos y analógicos de la imaginación
poética les da a los “Tableaux Parisiens” y a “Dos Murales
U.S.A.” la capacidad de crear puentes no solamente entre los
distintos idiomas de la poesía y la pintura, sino también entre
civilizaciones y períodos históricos dispares.[20]
Un cuadro de Bruegel y una fotografía de Brassai, por ejemplo,
parecen surgir de y convergirse en estos textos de Baudelaire y
Martínez Rivas a pesar de las barreras del tiempo y del espacio.
Es
importante recordar que las figuras humanas poblando estos
poemas tienen un contexto - la ciudad. La poética del espacio
reinante es el ambiente urbano que le da forma al texto.
Anteriormente hablamos de la verticalidad de las respectivas
ciudades y cómo facilita la perspectiva elevada del poeta en
ciertos poemas de Baudelaire y en algunas secciones del poema
largo de Martínez Rivas. También se mencionó la importancia del
plano horizontal del paisaje urbano y cómo, con sus calles
atestadas, le afecta al poeta como flâneur que observa a
la multitud en sus actividades de día y de noche. La ciudad
misma no es fija - siempre cambia. Como las personas que la
habitan, la ciudad también es como un ser sensible inseparable
de los estados emocionales de los hablantes. Uno piensa por
ejemplo en la ciudad personificada en el poema de Baudelaire “Le
Crépuscule du Matin” (“El crepúsculo matutino”): “Et le sombre
Paris, en se frottant les yeux,/Empoignait ses outils, vieillard
laborieux.” (“Y el sombrío París, frotándose los ojos,/Empuñaba
sus útiles, viejo trabajador”.) París y Los Angeles en los
poemas de Baudelaire y de Martínez Rivas ejercen el mismo tipo
de influencia horrífica y carismática que otras ciudades
literarias - Dublin de Joyce, Nueva York de García Lorca, y
Alejandría de Durrell.
Al
mismo tiempo, sin embargo, el espíritu de la ciudad parece
paradójicamente desligado de sus habitantes afectados.
Baudelaire, por ejemplo, es testigo de los cambios radicales de
la imagen de París realizados por Baron Georges-Eugène Haussmann
(1809-1891), cuando las calles serpentinas medievales se
transformaron en bulevares anchos y modernos.
“Le
vieux Paris n'est plus,” (“Se fue el viejo París”) comenta
Baudelaire en “Le Cygne” (“El cisne”).
Pero
las alteraciones físicas de la ciudad proceden con mayor rapidez
que la capacidad de la humanidad de adaptarse al nuevo espacio
en que va a vivir: “(la forme d'une ville/Change plus vite,
hélas! Que le coeur d'une mortel)” (“(de una ciudad el
perfil/Con más presteza cambia que el corazón humano)”).
Baudelaire sigue en el mismo poema con la idea que la humanidad,
o por lo menos el hablante en el poema, puede que sea incapaz
del cambio que corresponde al nuevo contorno urbano:
Paris change! Mais rien dans ma mélancolie
N'a
bougé! Palais neufs, échafaudages, blocs,
Vieux fauborgs, tout pour moi devient allégorie,
Et
mes chers souvenirs sont plus lourds que des rocs.
(¡París cambia, mas nada en mi melancolía
Ha
variado! Andamiajes, palacios, nuevas casas,
Viejos barrios, para mí, todo, todo se torna alegoría
Y
mis caros recuerdos me aplastan como rocas.)
Baudelaire asocia el peso de la memoria con la roca, el material
que se destruye y que se usa para crear de nuevo con una nueva
forma la “cité pleine de rêves” (“ciudad llena de sueños”).
Es
la ausencia de la piedra, como quedó dicho anteriormente, que
Martínez Rivas lamenta en la segunda sección de “Dos Murales
U.S.A.”. Este mural nocturno que lleva el subtítulo “Aquí falta
la piedra” describe un mundo que siempre está bajo construcción
(“STOP/ROAD CLOSED”), un falso “simulacro/de piedrasobrepiedra”
que parece consistir en algo con tan poca sustancia como un
dulce:
Aquí, en cada esquina
día
a día
todo
el año
al
sol
ensordecedor
el
taladro
horada
la
cáscara
de
asfalto
perfora
buscando
roca
halla sólo
turrón poroso
La
ciudad contemporánea de los Estados Unidos produce temor en el
hablante precisamente por causa de la falta de permanencia de su
composición y su incapacidad consecuente de aguantar ni siquiera
las agresiones de los insectos:
Que
de noche
tenemos miedo porque falta
la
piedra. Y da pavor el cartón. La ciudad de cajas
vacías. Su rumor
solitario
de
papel carcomido por cucarachas.
En
sus esfuerzos para sobrevivir las deficiencias de las ciudades
modernas que habitan, Martínez Rivas y Baudelaire crean a través
de sus imaginaciones un mundo ideal asociado con una
arquitectura clásica o bíblica. Su utopía no es un ambiente
natural y rural, sino algo construido por manos humanas: las
arcadas, las fuentes y los acueductos. Esta combinación de
piedra y agua, vinculada con un estado espiritual elevado, tiene
un atractivo especial para ambos poetas-pintores de la vida
moderna. El mundo idealizado de Baudelaire en “Rêve Parisien”
(“Sueño parisiense”) es un cuadro dentro un cuadro. El poeta
sueña su lienzo para crear un conflicto dinámico entre la
perfección meta-pictórica y el horror pictórico:
Et,
peintre fier de mon génie,
Je
savourais dans mon tableau
L'enivrante monotonie
Du
métal, du marbre et de l'eau.
Babel d'escaliers et d'arcades,
C'était un palais infini,
Plein de bassins et de cascades
Tombant dans l'or mat ou bruni…
(Y,
pintor orgullosísimo
En
el cuadro saboreé
La
monotonía embriagante
De
agua, mármol y metal.
Babel de arcos y escaleras,
Era
un palacio infinito
Lleno de fuentes y aljibes
En
oro bruñido o mate…)
El
final breve de la segunda parte del poema, fijado en un pasado
reciente, es suficiente para destruir el mundo arcaico que el
poeta ha generado en su imaginación:
En
rouvrant mes yeux pleins de flamme
J'ai
vu l'horreur de mon taudis,
Et
senti, rentrant dans mon âme,
La
pointe des soucis maudits…
(Al
abrir mis ardientes ojos,
Miré
el horror de mi cuarto
Y
sentí, de nuevo en mi alma,
De
la inquietud el aguijón…)
Las
fuentes en la penúltima parte de “Dos Murales U.S.A.” expresan
la realidad metafísica del individuo al borde de la muerte. El
poeta presenta la piedra de un mundo que no existe en su cuadro
de un inminente entierro imaginario:
¡Y
dormir! Laja sobre bloque, dolmen
donde para morir ese segundo
hondo de nada y sueño de la vida.
En
alianza con las secretas inextricables
apresuradas vertientes (aunque
espera: más bien lentas… ¡Sí! Veneros
fluyendo apenas un poco más lentos que el tiempo),
piedra contra la piedra.
Puesto el oído en el profundo
callar de su corazón acueducto…
La
intangibilidad del vacío de la mortalidad se opone a través del
acto de colocar la carne humana contra la dureza de la piedra.
El agua que corre, llevada por el corazón como acueducto, es la
fluidez del ser que trasciende el tiempo.[21]
La
ciudad posee una atracción fatal para Martínez Rivas y
Baudelaire debido a su capacidad de enmascarar la mortalidad y
de separar la muerte de la intimidad. Para el hablante en
sección I, parte 3 del poema de Martínez Rivas, el semáforo ya
no es un objeto moderno inofensivo que se utiliza para controlar
la circulación del tráfico, sino que emerge del texto como
dramatis persona con una dimensión terrible que desmiente su
aparente estado inanimado y utilitario:
Pero
no
te conozco Máscara désta Muerte CARATULA
ESMERALDA
TOPACIO
¡huy, ROJA! ¿quién es eso? Espectro para
la
fertilización del pánico.
El
semáforo es una expresión de la misma incógnita (“Pero no te
conozco”) como la mujer que duerme al lado del narrador en la
siguiente parte del poema (“Te desconozco”). Es así también en
“L'Amour du Mensonge” (“El amor engañoso”) de Baudelaire - un
poema que perfectamente se puede leerse como un apóstrofe a una
ciudad personificada - en que la mujer cuyos ojos atraen “comme
ceux d'un portrait” (“como los de un cuadro”) es un oasis
secreto de lo mórbido y lo vacío. El poeta adora su belleza, a
pesar de su “bêtise” (“tontería”) y su “indifférence”
(“indiferencia”), a causa de lo que oculta: “Masque ou décor,
salut!” (“Te saludo adorno o máscara”). Estos enmascaramientos
literarios resumen las dificultades estéticas de la pintura en
general como la define Octavio Paz en su ensayo sobre
Baudelaire: “El objeto, aquello que se presenta a los ojos o a
la imaginación, nunca aparece tal cual es. La forma de aparición
de la presencia es la representación… La representación
significa la distancia entre la presencia plena y nuestra
mirada: es la señal de nuestra temporalidad cambiante y finita,
la marca de la muerte”.[22]
El texto poético, como todos los aspectos del lenguaje,
significa un alejamiento de su sujeto que cobra mayor
importancia por lo que oculta que por lo que revela.
Las
figuras femeninas en “Dos Murales U.S.A.” y “Tableaux Parisiens”
se asocian con un poderoso mundo infernal en que el ser es a la
vez afirmado y anulado. El narrador del poema de Martínez Rivas
le pide a la mujer (que forma parte de un cuadro-poema cubista
al estilo de Picasso y Reverdy con sus “tres perfiles y cinco
codos”) que le transporte a los límites de la mortalidad a
través de la constricción del acto sexual:
Aprieta
las
rodillas
de
cráneos de mellizas.
Cierra las piernas
cierra las tijeras
de
la Parca.
Prénseme la trampa
de
tu hueso. Sienta
la
presión de tu muerte. Sepa
el
grado exacto de prensilidad de la
muerte encarnada
de
la carne descarnada
de
tu esqueleto escarlata.
El
hablante en “Danse Macabre” (“Danza macabra”) de Baudelaire
recorre el terreno de la necrofilia con la misma pasión:
Pourtant, qui n'a serré dans ses bras un squelette,
Et
qui ne s'est nourri des choses du tombeau?
Qu'importe le parfum, l'habit ou la toilette?
Qui
fait le dégoûté montre qu'il se croit beau.
(No
obstante ¿quién un día no abrazó a un esqueleto
¿Y
quién no se nutrió de cosas sepulcrales?
¿Qué
importan el perfume, el tocado o el traje?
El
que hace ascos, demuestra que hermoso se creyó.)
La
presencia de la muerte (en su encarnación femenina esquelética)
es algo que desean ambos poetas y parece ser derivada de una
profunda misoginia. Por consecuencia, el retrato de estas
mujeres refleja una intensa, pero altamente cuestionable (en
términos morales), realidad meta-pictórica.
Sin
embargo, la caracterización de mujeres que las reduce a
pantallas sobre las cuales se proyectan las propias obsesiones
de los poetas es parecida al retrato de las demás figuras
degradadas en “Tableaux Parisiens” y “Dos Murales U.S.A.” Es
simplemente el resultado de las “emociones particulares” de
estos dos poetas mientras se convierten en arte lo que el
crítico Jean Starobinski llama el “spectacle extérieur” (el
espectáculo exterior): “Queda al poeta el poder de asumir lo
injustificable y de decir alegóricamente su experiencia interior
de la pérdida de sentido, de la desorientación, es decir, su
modo de coger en si mismo el no- sentido del espectáculo
exterior”.[23]
Aunque la dialéctica del interior y del exterior no puede
justificar un acercamiento ético no justificable de parte de los
poetas, sí ilumina su manera de actuar como creadores. También
precipita el colapso de las superficiales y engañosas etiquetas
de “exteriorismo” e “interiorismo” que se usan para describir la
poesía nicaragüense de la llamada Generación del 40 hasta el
presente. Se podría decir de los dos poetas principales de esta
generación que Carlos Martínez Rivas es tan exteriorista como
Ernesto Cardenal. En las palabras del poeta y crítico
nicaragüense Alvaro Urtecho, “ni el exteriorismo ni el
interiorismo existen en estados químicamente puros.”[24]
Urtecho caracteriza “Dos Murales U.S.A.” como un poema que
abarca las dos grandes tradiciones de la poesía: la épica y la
lírica.
Hasta cierto punto, Martínez Rivas es parecido a Picasso, otro
artista del siglo veinte que conserva muchos ideales estéticos
del siglo anterior. En su libro The Success & Failure of
Picasso (El éxito y el fracaso de Picasso), John Berger hace
una paráfrasis de Ortega y Gasset en Rebelión de las masas
y habla de Picasso como un “invasor vertical”, un hombre
primitivo, un bárbaro cuya obra artística siempre contiene algo
del propio país del creador y también del pasado.[25]
Martínez Rivas mantiene las mismas cualidades salvajes en su
poesía que Baudelaire exalta en la pintura de Delacroix. Pero
existe una diferencia fundamental: lo de Martínez Rivas es un
“salvajismo” centroamericano.
Por
último, Baudelaire y Martínez Rivas dejan con sus lectores sus
mundos pintados con palabras que a la vez retratan y transforman
en poesía la vida moderna urbana. El lector, en este contexto,
es un espectador quien, según el crítico Gaeton Picon, “recibirá
el espacio como una exhalación de la superficie. La vida y el
espacio ya no ser n representados sino presentes”.[26]
La coexistencia de los elementos pictóricos y meta-pictóricos de
“Tableaux Parisiens” y “Dos Murales U.S.A.” les da a estos
textos una capacidad de expresar las contingencias de la vida,
abarcando tanto lo efímero como lo eterno según define
Baudelaire estos términos en su ensayo “Le Peintre de la Vie
Moderne”. De hecho, los poemas en su totalidad poseen el don de
lo circular bien concebido que aumenta la longevidad de un
texto. La serie de poemas de Baudelaire empieza con “Le Soleil”
(“El sol”), sigue con la realidad nocturna de “Crépuscule du
Soir” (“El crepúsculo vespertino”) y concluye con “Le Crépuscule
du Matin” (“El crepúsculo matutino”) en que París se despierta
para comenzar otro día laboral infructuoso. De igual forma, el
poema de Martínez Rivas abre con un “Mural Diurno”, sigue con un
“Mural Nocturno” (del mismo alto nivel poético como los tres
“Nocturnos” de Rubén Darío) y cede ante la traición de la
madrugada que no le ofrece al poeta ningún consuelo. Los últimos
versos de “Dos Murales U.S.A.” con “el canto/del gallo”
recuerdan la traición de Cristo por parte de Pedro, cuyos
“amargos largos sollozos” se convierten en un grito
contemporáneo de angustia existencial.
NOTAS
[1]
Octavio Paz, “Presencia y Presente: Baudelaire Crítico
de Arte”, El signo y el garabato (México:
Joaquín Mortiz, 1973) 31-45.
[3]
Charles Baudelaire, “Le Peintre de la Vie Moderne,”
Sur le dandysme. Ed. Roger Kempf (Paris:
Bibliotèque 10/18, 1971) 205.
[4]
Publicado por primera vez en Cuadernos
Hispanoamericanos 181 (1965): 20-28.
[5]
Todas las traducciones al español de los poemas de
Baudelaire son de Antonio Martínez Sarrión: Charles
Baudelaire, Las flores del mal (Madrid: Alianza,
1982).
[6]
Charles Baudelaire, The Mirror of Modern Art:
Critical Studies, ed. y trad. Jonathan Mayne
(London: Phaidon, 1955) 306.
[7]
Durante una visita en marzo de 1979 con Martínez Rivas
en Granada, Nicaragua, el poeta me permitió examinar
brevemente una impresionante colección de cuadernos que
contenían sus comentarios sobre exposiciones de arte en
Europa y en los Estados Unidos.
[8]
Steven F. White, “Entrevista con Carlos Martínez Rivas”
Cuadernos Hispanoamericanos 469-70 (julio-agosto
1989): 97-98.
[10]
Lois Boe Hyslop, Baudelaire, Man of His Time (New
Haven: Yale UP, 1980) 42.
[11]
André Ferran, L'Esthétique de Baudelaire (Paris:
Nizet, 1968) 479.
[12]
cf. Carlos Martinez Rivas, “En la carretera una
mujerzuela detiene al pasante,” La insurrección
solitaria (Managua: Nueva Nicaragua, 1982) 115-16.
En este poema, Martinez Rivas alude de una forma
notablemente literal a la idea de Baudelaire de
renacimiento:
En su vientre lo conservaba
cada mujer. No encinta
de un hijo de él sino preñada dél.
[13]
cf. Steven F. White, “Entrevista con Carlos Martínez
Rivas” Cuadernos Hispanoamericanos 469-70
(julio-agosto 1989):100, “…En 1955, estando en
Bullock's, una red de almacenes que hay en California,
vi entrar a la muerte que es esta mujer, la muerte
entrante. Entonces yo apunté en una tarjetita que tengo
como reliquia personal: “La mujer que vi en Bullock's.
No olvidar. Escribir un posible poema que se llamaría
'Reflexiones sobre una transeúnte'“.
[17]
Jean Starobinski, “De la critique … la poésie,”
Preuves (Mai 1968): 18.
[18]
Wolfgang Drost, “De la critique d'art Baudelairienne,”
Baudelaire: Actes du Colloque de Nice (25-27 mai
1967) (Monaco: Annales de la Faculté des Lettres et
Sciences Humaines de Nice, 1968) 87.
[21]
cf. Charles Baudelaire, “Le Jet D'Eau”.
Los vínculos metafísicos entre fuente, alma y corazón en
este poema se parecen mucho a la estructura metafórica
de Sección II, parte 5 de “Dos Murales U.S.A.”
[24]
Alvaro Urtecho, entrevista personal, julio de 1982,
inédita.
[25]
Ver John Berger, The Success & Failure of Picasso
(London: Writers & Readers, 1980) 40.
[26]
Gaeton Picon, “La Qualité du Présent”, Preuves
(Mai 1968): 25-26.
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