La
poesía de Manuel González Prada de un siglo al otro
Américo Ferrari
La
obra poética de Manuel González Prada (1844-1918), ha tenido
poca difusión, oscurecida por su prosa ideológica y de combate,
pero también seguramente por lo raro y tardío de las ediciones
(el poeta, autor de una decena de poemarios, no vio publicados
durante su vida sino dos: Minúsculas y Exóticas y
una edición anónima de Presbiterianas); así y todo la
poesía del “gran maestro”, como lo llama César Vallejo en la
dedicatoria de su poema “Los dados eternos”, parece haber tenido
pocos cultores, como tiende a demostrarlo una encuesta llevada a
cabo en Lima por la revista Hueso húmero en 1979: sólo 11
de los 64 escritores y críticos que respondieron colocan a Prada
entre los diez mayores poetas del Perú; hay que tener en cuenta
sin embargo que la primera edición realmente completa de la
poesía de Don Manuel, en 7 volúmenes, (ediciones Copé, Lima) ,
al cuidado de Luis Alberto Sánchez, data sólo de 1985-89:
actualmente ha de ser accesible, suponemos, en algunas
bibliotecas. Reconozcamos, en relación con esto, que la poesía
de la época era bien escuálida, con excepción de la obra de
Martí, de Gutiérrez Nájera o del Martín Fierro de José
Hernández; y escuálida era no sólo la poesía americana sino
también la española que José Ángel Valente, en su libro de
ensayos Las palabras de la tribu (Madrid, Siglo
XXI, 1971, p. 98) ha comparado con “una inmensa guía de
teléfonos interceptados, cuyos abonados se llamasen todos
Fernández, por ejemplo”; y algo semejante ha dicho para el Perú
José de la Riva Agüero hace ya un siglo en su Carácter de la
literatura del Perú independiente: “Si no se atendiera a las
medianías muy escasos serían los nombres de la literatura
peruana”: la medianía literaria parece haber sido lo normal en
la grisalla de la época.
González Prada no era en modo alguno una medianía aunque empezó
a escribir entre medianías, hasta el punto que el poeta se
pregunta en la composición “Yambo 1”: “¿Existe en el Perú
literatura”?, sátira literaria escrita según Luis Alberto
Sánchez entre 1885 y 1890.
En aquellos años estaban escribíendo versos en el Perú José
Arnaldo Márquez, Luis Benjamín Cisneros, Juan de Arona, Carlos
Augusto Salaverry. Acisclo Villarán, Teobaldo Elías Corpancho
entre otros, los cuatro últimos muy maltratados por González
Prada en su sátira. Ahora bien, si consideramos que sus
coeténeos en América eran Juan de Dios Peza en México,
Almafuerte en Argentina, Miguel Antonio Caro en Colombia,
mientras que en España reinaban Núñez de Arce, Vicente Querol y
el viejo Campoamor, podemos imaginar la marcha por el desierto
del joven poeta peruano Manuel González Prada que empezó a
escribir sus versos hacia 1865-66 cuando casi todos los
modernistas y noventaiochistas estaban recién nacidos o todavía
por nacer. José Carlos Mariátegui y otros críticos han
martillado el lugar común de que cultural y literariamente la
época colonial es un vacío; pero resulta que el vacío poético
está más bien en los siglos XVIII y XIX; una vez extinguidas las
pocas voces que reflejan el movimiento romántico en el mundo
hispánico, entre la figura aislada de Bécquer y la revolución
modernista en el último cuarto del siglo, González Prada se
encuentra, como dicen los franceses, dans le creux de la
vague y se dedica con ahinco a trabajar y renovar el verso
castellano para sacarlo de los caminos trillados por donde lo
arrastraban los versificadores de la época e insuflarle el alma
que había perdido o que le habían robado.
El éxito de la empresa, sin embargo, es desigual: a veces
notamos en efecto que la forma y la sensibilidad se dan en el
poema íntimamente unidas, constituyendo así fragmentos de
auténtica poesía, pero otras veces la creación del poema
naufraga al quedarse en unos meros ejercicios formales rítmicos,
estróficos o métricos. Más de un crítico ha visto en Prada un
precursor del modernismo,
justamente por su empeño en descubrir o inventar formas nuevas y
en adaptar al verso castellano metros, ritmos y estrofas
antiguos y o extranjeros; cabe hacer no obstante dos
observaciones; la primera es que Prada empezó a escribir versos
hacia los 20 años pero sus primeros libros de poemas publicados
datan de 1901 (Minúsculas), 1909 (Presbiterianas)
y 1911 (Exóticas), cuando el poeta tenía entre 57 y 67
años. Es importante subrayar aquí que la publicación de
Exóticas, libro que reúne precisamente los poemas que más se
acercan a ciertas búsquedas formales del modernismo, data de
1911 como señalamos arriba; pero libro también que por la fecha
de su publicación coincide con la de Simbólicas de José
María Eguren, igualmente en 1911: este poemario abre el camino
de la nueva poesía por el que avanzaron los mayores poetas
peruanos del siglo XX, César Moro, Martín Adán, Emilio Adolfo
Westphalen entre otros. Vallejo es un caso aparte que rompe
todos los moldes, pero es de recordar la dedicatoria a González
Prada de su poema “Los dados eternos” en Los heraldos negros:
“Para Manuel González Prada, esta emoción bravía y selecta, una
de las que, con más entusiasmo, me ha aplaudido el gran
maestro”. Toda la obra poética restante es póstuma, pero es
preciso recalcar que el año de la publicación no tiene nada que
ver con los años de la escritura; se puede suponer que muchos de
los poemas de Exóticas han de haber sido escritos en la
temporada que el poeta pasó en Europa en el último decenio del
siglo XIX. En Minúsculas, por lo demás, encontramos ya
algunos poemas que coinciden con las innovaciones métricas de
Rubén Darío y otros modernistas: ritmos sin rima, experimentos
con el eneasílabo que placía a Darío y finalmente un “Ritmo
soñado” que en el primer verso de cada dístico traza el mismo
esquema de los pseudohexámetros darianos del poema “Salutación
del optimista”; lo que domina en Minúsculas, sin embargo,
no son tanto los experimentos con la métrica como los ejercicios
de adaptación al castellano de antiguas estrofas francesas o
italianas (rondeles, trioletes, estornelos), mientras que en
Exóticas de lo que se trata es de renovar metros y ritmos.
Las innovaciones formales de Prada lo acercan visiblemente al
modernismo en la medida en que los modernistas, o por lo menos
algunos de ellos, Darío en especial, iban por un camino
paralelo; en este sentido Luis Alberto Sánchez se equivoca
cuando dice que González Prada “se anticipa a los modernistas,
incluyendo al propio Rubén Darío, que sólo contaba dos años de
edad cuando ya Prada forjaba el perfecto soneto ‘Al amor’ ”;
decimos que se equivoca porque ese soneto escrito, según el
propio Sánchez, a finales de los años sesenta e incluido en
Minúsculas, no tiene nada que ver con con la escritura de
Darío ni de ningún modernista, sino que está en la línea
dicotómica y antinómica del soneto conceptista de Quevedo a
quien González Prada profesaba una admiración sin límites; para
verlo de manera más concreta el lector podrá cotejar con el de
Prada, por ejemplo, el soneto de Quevedo “Definiendo al amor”:
“Es hielo abrasador, es fuego helado, / es herida que duele y no
se siente”, etc.
Por otra parte, a menudo las innovaciones que aportan
Minúsculas y Exóticas conciernen más a la forma o
molde (estrofa o metro) en que se vaciará la materia del poema
que a la escritura poética propiamente dicha, y creemos que es
esta disociación de forma y materia lo que traba y frustra
muchas veces la poesía de Prada cuya escritura, en los mejores
casos, sigue siendo tributaria de los cánones estilísticos de
los clásicos españoles, y en los peores, de la dudosa retórica
decimonónica: hay algo como un hiato entre el molde estrófico o
rítmico, que podría resultar original en español, y el tejido
estilístico en el que se entrelazan clichés lingüísticos y
representaciones convencionales de lo poético, familiares
naturalmente a quienes escribían en aquellos años en
Hispanoamérica. Tal hiato se da tanto en los temas como en la
escritura. Los temas (la naturaleza, la amada, la primavera, la
felicidad, la humanidad, la belleza
-helénica
por lo general-,
los dioses griegos revisados y corregidos por el maestro Renan)
parecen constituir simples pretextos para ensayar la
aclimatación de formas exóticas
. En cuanto a la escritura propiamente dicha, si tomamos en
cuenta su complejidad, exigiría, tanto para Minúsculas
como para Exóticas, un análisis que pondría en evidencia
diversos registros y diversas influencias: los clásicos
españoles, los románticos alemanes, la poesía de Bécquer y
finalmente la de los parnasianos franceses, muy importante en
Minúsculas; basta en todo caso una simple lectura para
identificar, tanto en el léxico como en el fraseo y en la
construcción de los versos, numerosos tópicos estilísticos
“mandado[s] archivar en tiempo de Garcilaso”, como dice el
propio don Manuel en Pájinas libres zahiriendo unos
versos de Juan Valera. Ejemplos no faltan: “¡Oh Primavera! ¡Oh
juventud! ¡Oh engaños!/ ¡Oh bien fugaz! ¡Oh perdurables daños!”
son versos de Exóticas y los acompañan “los fragantes
pétalos del lirio”, “la ebúrnea rama de la lira”, “la encina
patriarcal de Homero”, “el rayo de ardiente pasional mirada”, y
además: “ojos de azulado cielo”, “tez de virginal frescura”,
“silencio de la noche constelada”, etc. Este raudal de adjetivos
parásitos e imágenes convencionales de castiza prosapia alterna
con otro, procedente de la retórica
filosófico-liberal-.racionalista que hacía estragos desde el
advenimiento de Quintana y, siempre en Exóticas, se
traduce en versos como “La augusta libertad de la
conciencia”, “La Ciencia triunfa, la Razón domina / y el Reino
estéril de la Fe sucumbe”, “El infalible método del sabio”, etc.
En Minúsculas vemos que el primer raudal es el más
impetuoso ya desde el primer poema: “Con el primer aliento de la
aurora / Abre la luna su cendal de nieve”; “la Tierra se
engalana como novia, […] Que vuelve ya la dulce Primavera”,
“Amor fementido”, “blandos arrullos de mansa paloma”, “rubia
frente virginal”, “ojos de lirio”, “labios de rosa”, “blanca
Azucena”, etc, etc…
Ahora, es seguro que cierto número de estos clichés léxicos se
han deslizado también en Gutiérrez Nájera, en Darío, en Herrera
y Reissig y otros modernistas; pero también es seguro que en los
grandes modernistas se da un tratamiento bien diferente del
lenguaje poético, sobre todo porque han sabido trabajar con la
imagen por metonimia que tiende a proyectarse en símbolo, así
como por la presencia del epíteto no redundante que, incluso
cuando es meramente ornamental, tiende a aparecer como imagen;
ahora bien, lo que a menudo falta en el poeta peruano y lo
separa de los maestros del modernismo es, por una parte,
precisamente la audacia de la imagen y del adjetivo desorbitados
de su utilización codificada en un lenguaje “de época”; y por
otra parte -aunque
no siempre-
su impermeabilidad al impresionismo poético, su aversión a todo
lo que pudiera parecer oscuro y nebuloso y, junto con ello, el
culto supersticioso a la Razón, a la Humanidad y otras
abstracciones terminadas en
-ad,
así como la insistente apología de una Grecia antigua hecha a
medida por sus maestros del racionalismo francés
. Por estimulantes que pudieran ser Voltaire y Renan para un
joven del siglo XIX educado en una rancia familia católica
peruana de origen directamente español, lo cierto es que Renan y
Voltaire son malos conductores de la poesía; no queremos decir
que estos poemas de Prada no sean “bellos”: suenan
agradablemente al oído; ni tampoco que no sean “buenos”: están
bien escritos, las leyes del ritmo, de la armonía y de la
melodía se respetan escrupulosamente; pero lo que se descubre en
estos versos es ante todo su clara naturaleza meramente
enunciativa y declarativa. Se podrá alegar que todo lo que se
escribe o se habla es siempre, de algún modo, enunciativo, pero
lo que sucede con más de un poema de Prada es que los enunciados
no vienen fundidos en un movimiento interno que proyecte la
intuición en imágenes dinámicas, que asuma y resuma las
tensiones y pulsiones que subyacen en toda enunciación
propiamente poética. En ese movimiento la intuición surge con su
forma que a veces no es sino la leve insistencia de un ritmo, de
un fraseo, como una nebulosa que el poeta hubiera de resolver
ante el lector en constelaciones distintas de palabras: en ese
movimiento se plasma entonces y se desarrolla
-a
veces de tal manera que sorprende al propio poeta-
la forma de la intuición que supedita a su propia necesidad el
esquema métrico y rítmico externo, lejos de subordinarse a él:
este esquema rítmico genérico no es más que una división
cuantitativa uniforme del tiempo. Lo que parece faltar en Prada
es precisamente esa ductilidad de la poesía, ya sea “clásica” o
“moderna”, y eso se ve ante todo en su obsesión del ritmo
cuantitativo riguroso que distribuye espacios de tiempo en
“pies” o unidades rítmicas estrictamente determinadas por
combinaciones recurrentes de tónicas y átonas que corresponden
sólo imperfectamente a las largas y breves de las lenguas
clásicas; y todo esto en desmedro de lo que Gaston Bachelard
llama “ritmos cualitativos” que resultan sobre todo del
ordenamiento de las sonoridades o incluso de los “colores” de
las vocales, de sus ecos y correspondencias en el movimiento
mismo del poema; el tiempo se alarga o se contrae, se comprime o
se prolonga en el movimiento complejo que lo gobierna, incluso
cuando el poeta respeta el esquema métrico, las combinaciones de
versos de sílabas medidas. Entonces hasta el sonido puede cobrar
valor de imagen. Así lo vieron o lo entrevieron los principales
simbolistas, pero González Prada parece ir por el camino
opuesto. Compárense tan sólo a guisa de ejemplo para ilustrar lo
que decimos unos versos de Prada sobre el tópico de la huida y
otros de Mallarmé sobre el mismo tema:
Huir quisiera por la blanca espuma
Y a sol lejano calentar mi frente.
¡Oh, si me diera el río su corriente!
¡Oh, si me diera el pájaro su pluma!
(“Cosmopolitismo”/ Minúsculas)
Fuir! Là-bas fuir ! Je sens que des oiseaux sont ivres
D’être parmi l´ecume inconnue et les cieux !
Rien, ni les vieux jardins reflétés par les yeux
Ne retiendra ce cœur qui dans la mer se trempe
O nuits !
(Brise marine / Poésies)
González Prada, resulta evidente, era una personalidad compleja.
Entre los personajes que en esta personalidad se enfrentaban
había -y
es el más conocido-
un hombre de ideas firmes, didáctico y racionalista; pero había
también a no dudarlo un poeta atento al “misterioso ritmo de los
seres y las cosas”: ahora bien, sucede que las convicciones
ideológicas o la simple práctica de un ejercicio temático
invaden a menudo el campo de la intuición poética, comprimen o
inhiben su libre expresión, ya enderezándola a la declaración de
principios filosóficos o doctrinarios, ya sometiéndola a un
concepto estético que a menudo va a gobernar toda la forma
exterior del poema reducido a unos ritmos, unos metros y unas
estrofas preconcebidos como elementos formales. Nuestro poeta
sueña con un tipo de poema que, “desdeñando los pueriles
cascabeles de la rima”, refleje “el misterioso ritmo de los
seres y las cosas” en “la acorde pulsación de los acentos”, lo
que es muy sugestivo, pero resulta que unos versos de
Minúsculas en el poema “Ritmo soñado” (Reproducción libre
del verso alkmánico) vienen precisar lo que es para el poeta
esta acorde pulsación:
Sueño con ritmos domados al yugo de rígido acento,
Libres del rudo carcán
de la rima.
Estos ritmos “soñados”, que poetas modernistas como Silva y
Darío en Hispanoamérica ensayaron sólo de manera esporádica,
serán objeto en Exóticas de un tratamiento sistemático.
En la época en que se publicaron Minúsculas y Exóticas,
entre 1901 y 1911, la renovación poética que se perfilaba en la
poesía castellana iba más bien por el camino contrario: liberar
más y más el lenguaje poético del yugo de los acentos rígidos,
“carcán” o cepo aun más rudo que el de la rima, y es eso lo que
en el Perú muestra de modo evidente la obra poética de José
María Eguren quien, como ya hemos dicho, publica en 1911 su
primer libro de poemas, Simbólicas, al mismo tiempo pues
en que González Prada publicaba Exóticas; y ésa es la vía
por la que enrumbarán los posmodernistas quienes, en la crisis
por la que pasaron las formas poéticas en los años de las
vanguardias, rescataron sólo los versos castellanos de
acentuación más flexible, sobre todo el clásico endecasílabo.
Dice González Prada: “No cabe imaginar un verso castellano sin
acentos disciplinados”. Seguramente no, pero no cabe tampoco
confundir los acentos disciplinados con el yugo del acento
rígido. El propio Don Manuel había de tener conciencia de ello
cuando escribió algunos “Polirritmos sin rima” como “La casa
misteriosa”, “Crepuscular”, “Música macabra”, “Noche de
invierno” y otros de corte análogo que aparecen en Exóticas
y se caracterizan precisamente por la presencia de segmentos
rítmicos libres o disonantes.
Parece pues como si hubiera en la obra poética de González Prada
una doble paradoja y creemos oportuno señalarlo aquí: la mayor
ambición del poeta parece ser la de innovar en temas y formas y
renovar la poesía castellana desde sus cimientos, pero sus
innovaciones se quedan por lo general en ejercicios y
experimentos de versificación que, de manera menos sistemática,
practicaban ya los modernistas en América, Salvador Rueda en
España y Giosuè Carducci en Italia, de modo que desde este punto
de vista González Prada podría verse más como un epígono que
como un precursor. Procedieran de donde procedieren hoy está
claro que en su mayoría esas experimentaciones formales no
tuvieron futuro; pero hay que decir también que algo análogo
sucedió con cierta poesía “experimental” de las llamadas
vanguardias de los decenios del diez y del veinte: es que la
poesía no surge del experimento sino de la experiencia. En
cuanto a la temática y al tratamiento del lenguaje en el poema
de Prada hemos dicho ya que arrastran mucho lastre de los
lugares comunes y la fatigada escritura castellana del siglo XIX
contra la cual paradójicamente el poeta pretendía reaccionar;
pero hay que reconocer también que era su siglo
(recordemos que González Prada cumplía 56 años en 1900,
cuando Lugones, Herrera y Reissig, José Juan Tablada, José María
Eguren tenían entre 25 y 30 y Rubén Darío 32, mientras que José
Asunción Silva y José Martí ya habían muerto con 31 y 42 años
respectivamente); y hay que reconocer sobre todo que si el poeta
arrastra bastante lastre de la lírica del siglo XIX, también una
parte importante de su obra anuncia o está ya de cara al siglo
XX y a la nueva sensibilidad traída por los poetas que empezaron
a escribir a finales de los años 10 y principios de los 20:
justamente cuando muere don Manuel con 74 años en 1918. Lo que
hoy podría hacer enojosa su poesía no es lo que pueda haber
heredado de la gran tradición del Siglo de Oro, de Quevedo en
especial, a quien admiraba hasta el punto de utilizarlo como
materia prima de numerosos pastiches, sino lo que en esos poemas
subsiste de una retórica fosilizada a base de temas
convencionales y epítetos redundantes; esta retórica es típica
de las postrimerías del siglo XVIII y de todo el XIX hasta el
advenimiento de Gutiérrez Nájera, Silva, Martí y Darío en
América, Unamuno y Valle Inclán en España. Se conservaba y
remozaba como las viejas, a base de afeites.
Dicho esto es justo recalcar, sin embargo, que en los dos
primeros poemarios publicados, Minúsculas y Exóticas,
hay más y otra cosa que estos resabios retóricos heredados del
Parnaso francés del que nuestro poeta recoge el tópico del poeta
orfebre y del poema gema; hay también indudablemente una poesía
original y de una densidad rara en el Perú y en Hispanoamérica
en aquella época. Los dos libros de poemas que publicó en vida
González Prada (no contamos Presbiterianas, colección de
vesos anticlericales publicada en 1909) son la condensación de
muchos años de trabajo poético y de lucha con la expresión; la
prueba de ello la encontramos en el cuaderno ya citado Cantos
del otro siglo que nos da en bruto, si podemos decir, una
buena muestra del trabajo de versificador de Prada y todo el
largo ejercicio sobre unos materiales que, decantados y pulidos,
entrarán en la elaboración de Minúsculas, Baladas y
Grafitos . La manera de Exóticas, en cambio, se ve
menos: entre varios centenares de poemas o esbozos de poemas no
hay sino dos páginas que con el título entre paréntesis de
“Ensayos métricos” ofrecen al fin del libro un muestrario
bastante reducido de ejercicios rítmicos y métricos
. Se
puede pensar pues que la voluntad de renovación de la métrica
castellana es en González Prada relativamente tardía, aunque es
verdad que en el libro no figura ninguna fecha. Abundan en
cambio los sonetos, las letrillas, y hay algunos “trioletes”; no
deja de ser interesante observar la presencia de cincuenta
pastiches de los sonetos burlescos de Quevedo, quien por lo
visto tiene una fuerte presencia en la obra de González Prada.
Sin embargo la escritura de buena parte de estos poemas
corresponde más bien a los cánones del llamado romanticismo
español del siglo XIX; he aquí una estrofa de “Canto de amor”,
poema que Luis Alberto Sánchez fecha hacia 1875-78: “Lirio entre
cardos, rosa de frescura / ¿Hay hermosura igual a tu hermosura?
/ Tú naciste más bella / que diamantina estrella / Engarzada en
la aurora del estío; / Tú naciste más bella / Que misteriosa
Luna / Pintada en el cristal de la laguna / Y en la corriente
diáfana del río”. Cantos del otro siglo parece ser
efectivamente, si leemos siglo XIX, un título adecuado para
estos cuadernos.
Esta manera “romántica-siglo XIX español” es lo que
principalmente ha caducado en González Prada, por una parte y,
por otra, el apego que ya hemos indicado al estrecho
racionalismo decimonónico que cuando invade la poesía hace de
ésta un instrumento para la expresión en estilo elevado de
pensamientos sentenciosos y máximas didácticas y filosóficas
(véase por ejemplo el poema “Determinismo” en Exóticas)
En muchos de estos poemas, incluso cuando se trata de
sentimientos íntimos y lábiles, todo parece demasiado nítido y
perentorio y rígidamente recortado en conceptos; aunque parezca
mentira Prada admiraba a Campoamor, a cuyos versos reprochaba
sólo la imperfección del ritmo: “Hace pensar en Apolo /
Cabalgando en un pollino”; con pollino y todo, que Campoamor le
hiciera pensar nada menos que en Apolo induce a uno a
preguntarse qué representación podía forjarse a veces don Manuel
de la poesía y de su dios. Desde el romanticismo inglés, desde
la poesía de Leopardi, desde las de Nerval y Baudelaire, desde
los poetas alemanes del Sturm und Drang que él mismo
tradujo -corrientes
poéticas y poetas que al peruano le eran todas familiares-
hasta Rimbaud y Mallarmé, nacido apenas dos años antes que Prada,
la poesía va en busca de otra cosa: explora lo oscuro, se
propone como una fuente de conocimiento sui generis,
asedia precisamente entre la luz y la sombra “el misterioso
ritmo de los seres y las cosas” (verso de Prada); y en vez de
idear de modo abstracto esquemas rítmicos para después
embutirlos con sonoros vocablos, busca revelar en la práctica
misma del poema la secreta unidad de la forma y la intuición.
Quizá si Prada hubiera nacido en una época menos ingrata para la
creación poética en nuestro continente y en España hubiera sido
más receptivo a lo”nuevo” que fuera del mundo hispánico estaba
transformando ya la práctica y la teoría de lo poético. Más
receptivo porque esta sensibilidad a menudo sofocada existe
y se declara en diversos poemas de la obra; en ellos la palabra
poética se busca y se interroga temblorosa revelando el hueco
donde habita entre la alegría vital y un sentido angustiado de
la existencia que enlaza a Prada con Darío, o en una nebulosa
visión de lejanías que a veces lo emparenta con Eguren: todo
ello procede de una auténtica sensibilidad romántica o incluso,
más allá en el tiempo, de los clásicos españoles que le eran
familiares, como en el triolet de Minúsculas: “Desde el
instante del nacer soñamos / y sólo despertamos si morimos”; o
los preclásicos incluso, como en el triolet “Amante que se aleja
de los ojos / se alejará también del corazón” donde se nota como
una reminiscencia de la canción de Jorge Manrique: “Quien no
estuviere en presencia / no tenga fe en confianza”. La canción
española medieval, lo mismo que el triolet francés, repite al
final los versos del principio. En Minúsculas hay dos
canciones de este tipo.
Los poemas a los que ahora nos referimos son otra cosa y más que
simples motivos de ejercicios estéticos o ensayos de ideología
versificada; en estas composiciones el verso fluye de manera más
libre y con mayor eficacia: reléase, por ejemplo, en
Minúsculas “Visita nocturna” o el rondel “No sé la dicha que
persigo”; pero es en Exóticas donde esta vena aparece si
no con demasiada frecuencia sí con gran fuerza expresiva.; nos
referimos a poemas como “Acorde”, “En país extraño” (composición
que desde el epígrafe está bajo el signo de Baudelaire), pero
sobre todo al poema “Los cuervos” que se encuentra ya muy cerca
de la poesía de Eguren:
Bajo el dosel de gualda
Nubarrones de cuervos
Aparecen y graznan.
Hidrofóbicos luchan
Y en el campo destilan
Cálida roja lluvia.
Con los picos de acero,
No se hieren los ojos,
Se taladran los pechos.
Por azuladas cumbres
Al desmayo del Sol,
Desaparecen, huyen……
Se van sin corazón
La eficacia de este poema no reside sólo en la fuerza intrínseca
de la visión- símbolo, sino que se ejerce también por la sordina
del verso y la condensación del lenguaje en trece heptasílabos
de una sobriedad y una severidad de corte inéditas en la época y
en el medio. En “Los cuervos” González Prada nos descubre que
cuando interrumpe su práctica de la poesía como ejercicio
estético y retórico, lejos de ser un precursor del modernismo va
más allá de él, tanto como o quizá más que el último Herrera y
el último Liugones; en la misma tónica, aunque menos elusivos y
sugerentes, podemos citar los “polirritmos sin rima” titulados
“La casa msiteriosa”, “Crepuscular”, “Música macabra” (cuyo
final forzadamente fantástico nos parece estropear
desgraciadamente el conjunto), así como “Noche de invierno”,
poemas emparentados no sólo por el tratamiento del lenguaje (más
dúctil y matizado que en otros poemas de Exóticas y menos
convencional que en muchas composiciones de Minúsculas),
sino por la Stimmung que modula este lenguaje: un
sentimiento de turbación, de congoja, de desamparo que es como
la otra faz de la visión del mundo del poeta Manuel González
Prada: una en la que se disuelven los tópicos de la luz de la
razón, del arte pagano, de la clámide ateniense y de la musa
helénica cantados en el poema de este mismo nombre, como se
esfuman también la Idea con mayúscula, el adornado y poco
atrayente erotismo de las imitaciones de las traducciones de
Omar Khayyam por Edward Fitzgerald, pero sobre todo el
fastidioso mensaje programático del cantemos esto y no cantemos
aquello, hagamos tal cosa y no hagamos tal otra, seamos paganos
y no seamos cristianos: mensaje que hace de tantos poemas de
Prada discursos de propaganda a una buena causa que, al fin y al
cabo, para el lector que se asoma a la complejidad de esta
poesía contradictoria y de tantas diversas facetas no resulta
muy clara; lo que sí es evidente en todo caso es que la faz
oscura existe y tiene en la obra una importancia que nos parece
necesario subrayar. La vena simbólica y de expresión indirecta
en la que el poema emerge de la simplicidad de una imagen o de
una visión (unos cuervos, unos caballos, una casa abandonada,
una iglesia vacía), o de los acordes secretos que funden el
ánimo con la sombra o la luz del mundo para dar forma en unas
hileras de signos a lo universal concreto; esa vena que se puede
descubrir en una parte de la obra acerca a Prada a la larga,
multiforme exploración de lo poético que se ha llevado a cabo en
Hispanoamérica como en España después de él: digamos a “lo
nuevo”.
Esta vena no es sin embargo la única que hace de González Prada
uno de los forjadores de nuestra poesía moderna: hay otra que es
la de las estrofas sobrias de tres libros de la obra poética
póstuma: Baladas/Baladas peruanas y Trozos de vida;
puede extrañar que acerquemos así dos colecciones de poemas, los
primeros escritos casi todos cuando Prada tenía entre
veinticinco y cuarenta años,
los segundos cuando el poeta tenía 74, ya al borde de la muerte;
en los temas y en la inspiración que los anima no hay desde
luego gran cosa en común: en cambio sí lo hay en la escritura y
en el corte del verso, muy diferente de la manera de
Minúsculas y Exóticas. En las baladas lo que domina
es, alternando con heptasílabos y endecasílabos, el clásico
octosílabo de los romances, rejuvenecido y vigorizado por su
inmersión en la poesía del romanticismo alemán. Los libros de
baladas constituyen un ejemplo de verso fluido y sin ripios que
desde el punto de vista de la forma no era nada novedoso en
español ya que es el verso del antiguo romance, pero por la
economía de recursos y la limpieza del lenguaje resulta original
en el Perú a finales del siglo XIX; y hasta nos atreveríamos a
decir que resulta también original la estrofa desnuda y de
recatado lirismo que fluye mansamentre en Trozos de vida
ya en 1918 cuando aparecen en el Perú las estridentes
vanguardias cuyos calcos del experimentalismo europeo más de una
vez nacieron viejos.
Las Baladas surgen de la familiaridad de González Prada a
la vez con el verso clásico español y con la poesía alemana y la
forma que adoptan constituye sin duda el vehículo más adecuado
para la expresión de lo que se proponía el poeta por aquellos
años: restituir el halo de misterio y fantasía que nimba las
viejas leyendas nórdicas o incaicas. Más que en Minúsculas
o Exóticas la verdadera respuesta de Prada a la
“atronadora y rimbombante poesía castellana” nos parece hallarse
en estas composiciones leves y elegantes con unos esquemas
métricos clásicos y bien arraigados en la poesía de nuestra
lengua; aunque el verso de los poemas ha sido sin duda muy
estudiado y elaborado (como se puede ver en Cantos del otro
siglo donde hay ensayos de poemas, esbozos y borradores con
las formas métricas de Exóticas ) suena sin embargo
espontáneo y vinculado orgánicamente al tema poético: leyendas y
cuentos míticos; es lo que se ve, por ejemplo, en varios poemas
de Baladas, como “El lago”, “La virginidad”, “Isolda y
Tristán”, “Besos póstumos”, “El pescador loco”, “La serenata de
Pierrot”, así como en las versiones y recreaciones de los poetas
del Sturm und Drang y del romanticismo alemán,
auténticas creaciones personales del poeta peruano que impone al
cañamazo que le ofrece el poeta extranjero el sello de su
escritura `personal.
En Baladas peruanas poemas como “La tempestad”, “Los
médanos”, “El maíz”, “El pájaro ciego” tienen un encanto
perdurable;
incluso en el tema de denuncia de los abusos de la conquista y
de la situación social del indio, que tantos malos versos
inspiró después en el auge de la poesía indigenista, hay en la
obra de nuestro autor poemas memorables. Cómo no recordar el
arranque de “El mitayo”:
Hijo, parto: la mañana
Reverbera en el volcán;
Dame el báculo de chonta,
Las sandalias de jaguar.
O también el vigor de la expresión poética en el poema “Las
flechas del inca”. Difícilmente se encontrará, entre los poetas
que trataron el tema indigenista en la primera mitad del siglo
XX, una voz como la de Manuel González Prada; su hijo Alfredo ha
escrito que Baladas peruanas representa “la creación del
poema autóctono en el Perú” y es verdad, pero hay que subrayar
que el poeta no se propone en modo alguno hacer “indigenismo”,
sino que extrae de los mitos y leyendas de los antiguos peruanos
y de las crónicas de la conquista una materia poética análoga a
la que en Baladas toma del acervo de mitos y leyendas de
Europa y lo funde todo, Europa y América, en el mismo crisol
formal. Recordemos en este sentido que las Baladas
constituían un solo conjunto de poemas, de los cuales cuarenta y
cinco se refieren a temas peruanos precolombinos o a episodios
de la conquista española: quizá la respuesta de González Prada a
Ricardo Palma, quien había publicado en 1872 la primera serie de
sus Tradiciones peruanas.
Los poemas de Trozos de vida, en especial los dos últimos
(“Ultima verba”), son el testamento poético de González Prada;
escritos el año de su muerte (1918), los dos últimos
probablemente cuando ya la muerte lo rondaba de muy cerca,
decantan las hondas obsesiones de Prada no ya en tanto que
temas, sino como fusión de la experiencia vital y la experiencia
del poema: ya despojado éste de las vestiduras estetizantes de
los libros anteriores, los versos asonantes de estas “últimas
palabras” revelan hondas tensiones entre la serenidad y el
tormento, entre el amor y el desdén de los hombres y de la
naturaleza, tensiones que, a veces veladas, aparecían ya en en
Minúsculas y en Exóticas. Unos versos del último
libro pueden darnos una clave para interpretarlas:
¿Quién oyó jamás un grito
doloroso de mis labios?
¿Quién vio jamás en mi rostro
húmeda sombra de llanto?
Sin estrechos confidentes
Yo he sido el cofre sellado:
Más allá de la epidermis
No he sufrido los contactos.
Este recato, este secreto que vela los sentimientos se ha
transferido de la vida a la obra, pero ahora el cofre sellado se
entreabre y si no un grito, sí unas palabras dolorosas salen de
los labios del poeta; este poema puede explicar quizá cómo, en
una buena parte de la poesía de Prada, las más duras tensiones
son encubiertas por temas convencionales y preocupaciones
formales; lo que en una parte de la obra inhibe a veces la
expresión de la intuición es, como lo ha sugerido Julio Ortega
en su libro Figuración de la persona, una especie de
pudor lírico; en la poesía de Prada hay por cierto muchas
máscaras, muchas personas: a través de las más rígidas la voz
poética pasa pero como deformada. Al fin y al cabo toda
escritura poética es a la vez enmascaramiento y revelación;
muchas de estas máscara caen en la poesía última, casi desnuda,
pero nada ni nadie puede arrancar aquella que se confunde con el
último rostro que un hombre puede percibir de sí mismo y que se
trasluce a veces en el poema; más allá no hay máscara, pero
tampoco hay rostro: sólo lo hueco, el hueco de ese más allá
que se presenta en el último poema, Ultima verba, como un
oscuro puede ser y en otros versos como una interrogante
abierta sobre misteriosas transmigraciones, “reminiscencias de
otros mundos y otras vidas”: “Me han herido en otra parte / Y
aquí me sangra la herida”; todo parece ahora menos claro, menos
racionalizado y el poeta siente su corazón como un hueco
incolmable: “Universo, tú no alcanzas / A llenar mi corazón”. La
visión del mundo que ofrecen estos últimos poemas es dual: el
poeta está siempre enamorado de la naturaleza y de sus ritmos
profundos, de la Madre Tierra de quien son hijos la roca, el
hombre y el árbol: este panteismo vital y jubiloso tiene por
motor principal el amor, como en Rubén Darío; sólo que este amor
a menudo se presenta como una Einfühlung con todo lo que
es, como piedad universal y simpatía por la cual el poeta
participa en el sufrimiento de todos los seres vivientes: “En
las heridas de un tronco / Veo sangre de un hermano”. De esta
participación nace un sentimiento de exaltación de la naturaleza
y de la humanidad: en Minúsculas el poeta cantaba a la
naturaleza en sonoros versos: “Naturaleza, aliento de mi
aliento, / Inmarcesible flor de lo infinito”; y también cantaba
a la Humanidad:
Humanidad, los odios y venganzas
En vano arrojan un clamor de guerra;
Que henchida de ilusiones y esperanzas,
Tú, por la ruina y el estrago, avanzas
A iluminar y redimir la Tierra.
Sin embargo, ya en Exóticas la naturaleza es “pérfida
madrastra”, como en Leopardi, y ahora en Trozos de vida
la humanidad es “abyecta”: “Harto vivo yo de siervos / Y de
abyecta Humanidad”; y así el poeta aguarda la muerte a la que
asciende “libre y solo”, con una serenidad que se confunde con
la libertad:
Convidándome a dormir
Surge un eco de la Tierra,
Y la muerte aguardo ya
Sin buscarla ni temerla.
Se nota pues así en Prada, alternando o a veces incluso
fundiéndose con el sentimiento exaltante y jubiloso de la
naturaleza y la esperanza en la humanidad, una visión hondamente
pesimista y amarga de la naturaleza, el hombre y el mundo;
resultaría no sólo superficial sino erróneo atribuir tal
sentimiento pesimista a los achaques de la vejez: esta doble
visión acompañó siempre al poeta aunque siempre con las
inhibiciones que ya hemos expuesto: cofre sellado. En los
últimos poemas el sentimiento doloroso y negativo del mundo se
expresa en toda su desnudez, en un lenguaje distante, mesurado,
que se deja oir ya desde el silencio. Las últimas palabras:
¿Qué me importa si mi cielo
Obscurece ya la noche?
No te amé jamás, oh Mundo,
Negro charco de vibriones.
Al puede ser de la tumba
Voy sin penas ni temores,
Con el asco por la vida,
Con el desprecio a los hombres.
Este poema de tono bronco casi aliterario debe leerse junto con
el que lo precede, más remansado, pero ambos constituyen un
díptico de la muerte. El lector podrá comparar esta desnudez de
la palabra con la retórica artificialidad del “Rispetto” de
Minúsculas: “¡Felices de los muertos! Ya no miran / La luz
traidora de unos claros ojos. / ¡Felices de los muertos! Ya no
aspiran / Dulce veneno de unos labios rojos.”, etc. La desnudez
de los textos de Trozos de vida está ya en la onda de
algunas tendencias destacadas de la `poesía del siglo XX que
después de la primera guerra mundial van a renovar desde la raíz
en el mundo hispánico la forma y el fondo de lo poético; y se
diría que, entre lo viejo del siglo XIX y lo nuevo que aportó el
siglo XX, Prada, poeta del siglo XIX por la fecha de su
nacimiento, apuesta a lo nuevo que empieza a florecer en nuestro
continente como en España por los años en que él murió; “Lo
viejo y lo nuevo” son precisamente el título de un poema de
Exóticas:
Lejos la fósil, enervante poesía de lo viejo,
Florezcan en los himnos el amor y la hermosura.
La juventud y la alegría
La salud y la fuerza.
Al Dies irae de neuróticas, postradas muchedumbres,
Suceda el ¡evohé! de sanos, vigorosos pechos.
Imperen luces y armonías, goces y esperanzas;
Huyan lo lúgubre, lo triste y lo macabro.
¡Que los vivos palpiten con los vivos!
¡Que los muertos reposen con los muertos!
González Prada se pasó la vida, como su maestro Quevedo, a
través de los libros, en conversación con los difuntos y
escuchando con sus ojos a los muertos; sabía sin duda que todo
hombre vive con los vivos y con los muertos; pero la estrofa
arriba citada es como el eco en verso del del célebre grito en
prosa que lanzó el agitador ideológico y social en el célebre
discurso del teatro Politeama: “Los viejos a la tumba; los
jóvenes a la obra”. “Lo nuevo y lo viejo” es un poema programa,
y esta sustitución de lo poético por lo programático, de la
ambigüedad esencial de la poesía por la simple oposición
exterior de términos antitéticos abstractos: salud/neurosis,
viejo/joven, goce/tristeza/ vivos/muertos, etc., es lo que
estaba acaso destinado a envejecer más y más pronto, como en el
futuro envejeció pronto la escuela llamada Futurismo. Lo que
falta en el espacio vacío entre estas antítesis eslabonadas en
el tiempo horizontal del discurso es lo que Gaston Bachelard
llama “el instante poético” que contrae las antítesis en
ambivalencia y configura el “tiempo vertical” del poema: aquel,
dice Bachelard, “que revela a la vez, en el mismo instante, la
solidaridad de la forma y la persona”.
El grito de combate, que se proponía contribuir a la renovación
y al rejuvenecimiento de la sociedad peruana efectivamente
carcomida y paralizada por lo viejo, tiene un sentido cabal
dentro de su contexto y define bien el anhelo de transformación
social que animaba al ideólogo peruano, y el amor a su patria
que siempre lo movió; esto, creemos, es claro para todos, así
como la eficacia de las ideas sociales de don Manuel, patente en
la influencia que ejerció en el pensamiento político de
generaciones ulteriores (Haya de la Torre, Mariátegui, Luis
Alberto Sánchez entre otros). Lo que resulta menos claro es la
eficacia de la traslación directa del discurso público al poema:
podemos decir incluso que este tipo de himno o de oda no era
“nada nuevo”: lo joven y lo moderno se cantaban insistentemente
desde el siglo XVIII, y abundan las odas a la agricultura, a la
industria, a la máquina y hasta a la vacuna; los futuristas
acudirían después con el avión,el motor, el deporte, etc.; claro
está que Prada esquiva las actividades y los inventos modernos
seguramente, como siempre, por recato: se queda en la exaltación
abstracta de lo nuevo. La vacuna, la industria y el motor son
siempre nuevos, como lo son la salud, la fuerza y el goce: lo
que ha envejecido bastante son aquellas odas Es quizá
sencillamente la oda y el himno lo que en poesía se ha vuelto
viejo, no por ser oda o himno, sino al proponerse el poeta
escribir “nuevo” insertando un tema preestablecido en una forma
prefabricada; de otro modo se puede extraer tanta carga poética
de la industria como de la masturbación y de las “postradas
muchedumbres” como de los “vigorosos pechos”. Sí, González Prada
estaba entre lo nuevo y lo viejo; pero lo nuevo no está
ciertamente ahí.
La originalidad de la poesía de Prada y lo que le procuró una
influencia por lo general indirecta sobre las generaciones
posteriores dependería más bien de dos factores: el primero es
técnico y tiene que ver con el oficio del poeta y la hechura del
objeto poema; el segundo es la personalidad misma del
poeta, en Prada contradictoria y ambigua, y esta ambigüedad que
a menudo sus versos nítidos parecen negar o reprimir se percibe
de todos modos en buena parte de su obra.
Ya nos hemos referido a la textura musical y verbal del verso
-ritmos,
metros y léxico-
en libros como Minúsculas y Exóticas, que
dificilmente podía entusiasmar a los poetas de las nuevas
generaciones que empezaron a escribir por los años 20-30; pero
eso no le quita valor al trabajo de investigación y exploración
que lleva a cabo el poeta en relación con la reorganización del
poema y su articulación en estrofas que privilegia la estructura
vertical de la composición, la red de relaciones en la que se
establece la correspondencia entre los versos y las estrofas.
Esta estructura es por lo general anafórica y recurrente y
parece como si el poeta, remozando y adaptando al castellano
viejas formas poemáticas como el rondeau o el triolet
franceses, hubiera tenido por meta la escritura de una poesía
que se muerde la cola. El término “rondeau” (en el siglo XIV
“rondel”) indica ya el propósito y la estructura básicos: es una
composición poética medioeval caracterizada por su circularidad.
Se trata -dice
Carlos García Prada-
“de la forma sofisticada de las rondes o bailes
populares de las cuales el ‘soloísta’ cantaba los versos y el
“coro” los refranes o bordoncillos”. El rondel de Prada
restituye el poema
-considerado
no en las normas que rigen la sucesión de los sintagmas en la
línea, sino en la relación orgánica de estas líneas en el poema-
como regreso; igual que en el triolet y el pántum (estrofa de
origen malayo aclimatada en Francia) el útimo verso se reúne con
el primero: el poema o la estrofa para terminar vuelve a su
comienzo. Rondeles y trioletes habían sido resucitados por los
parnasianos franceses, y en Francia se prolongaron aún en el
segundo decenio del siglo XX en el poeta arcaizante que fue
André Mary, hoy bastante olvidado. González Prada puede haber
tomado de los parnasianos si no la forma misma sí la idea de
innovar con lo antiguo; también en Exóticas se dan estas
formas recurrentes (villanelas, gacelas) y, ya emancipada
de la sujeción a una forma tradicional rigurosa, la tendencia a
la composición regresiva o circular se extiende esporádicamente
a los poemas de Baladas (“La serenata de Pierrot”, “La
cólera del zar”, “La virginidad”) y de Baladas peruanas,
por ejemplo en “Canción de la india” con el estribillo “¡Maldita
la guerra! /¡Malditos los Blancos!”, así como “El mitayo” en su
segunda parte; un caso extremo es el de “Las flechas del Inca”
donde en cada estrofa todos los versos se repiten iguales, salvo
el penúltimo hemistiquio del penúltimo verso, endecasílabo, y el
verso final de la estrofa, heptasílabo: una especie de
estribillo al revés, pues constituye en la inmóvil estructura
repetitiva la variante que asegura al poema movimiento y
progresión.
Prada prolonga la escritura romántica, pero reacciona contra las
retahilas invertebradas de endecasílabos y redondillas que en su
época se fabricaban en serie en España y en América: moldeando
el verso romántico en aquellas formas recurrentes el poeta
señala una direccióm que tendrá importancia en la poesía
hispanoamericana del siglo XX: la poesía circular o regresiva
que encontraremos
-ya
rotos los moldes rígidos que le impone el poeta de Minúsculas-
en Vallejo, en Neruda, en Borges, en Paz, en Villaurrutia entre
otros, así como también, en una generación más reciente, en las
sextinas del peruano Carlos Germán Belli quien, como lo hiciera
para el inglés W. H. Auden en “Kairos and Logos”, recoge esta
antigua forma recurrente para escribir una poesía de
impresionante modernidad; como las sextinas de Belli, los
rondeles y otras formas recurrentes de González Prada son
regresivas en un doble sentido: por la estructura del poema en
sí e, historicamente, por constituir un regreso a estructuras
poéticas olvidadas en la poesía castellana de la época. Por otra
parte y en una dirección diferente el poeta trabajó también un
tipo de poema breve y apretado, el “estornelo” tomado como la
“villanela” de la poesía italiana tradicional; y aunque de
origen popular en Italia, esta forma, en Prada, no deja de
ofrecer semejanzas con el famoso haikú japonés, que, poco
tiempo después de los experimentos de Prada, ensayaba en México
José Juan Tablada. Creemos pues que resulta clara la importancia
del poeta peruano como precursor no del modernismo, como se ha
afirmado, pero sí de algunas tendencias de la poesía modernista.
“González Prada era un señor”, nos dijo una vez otro
gran poeta peruano, César Moro, y nos parece necesario recalcar
en este sentido el ascendiente que tuvo la personalidad señera,
altiva e intrasigente de Prada en más de un poeta contemporáneo
del Perú. Ninguno de ellos anduvo por los caminos que trazó el
autor de Minúsculas, Exóticas, Baladas y Trozos de
vida, pero más de uno acató y veneró su voz. Eguren,
Valdelomar, Vallejo, si bien apartándose de las preocupaciones
esteticistas de la poesía de Prada, han demostrado un gran
respeto a la persona y la obra de éste aunque no siguieran sus
huellas. Recordemos a este respecto la dedicatoria de César
Vallejo del poema “Los dados eternos” a Prada, ya citada al
principio de este trabajo. Este respeto iba sin duda a la
personalidad moral del poeta, a su “rigidez” y su “verticalidad”
apenas concebible en los círculos de invertebrados y agachados
que no faltaban en la Lima de la época; lo que es una prueba, si
se necesitaran pruebas, de que la poesía y la ética suelen andar
juntas; pero el respeto de los poetas de nuestro siglo va
también a la obra de este poeta en gran parte decimonónico que
en la encrucijada de dos siglos saltó de “lo viejo” a “lo nuevo”
y supo escribir, ya en el umbral de las llamadas vanguardias,
una poesía sencillamente moderna ajena a todas las modas y a
todos los ismos de los modistas del poetizar.
NOTAS
En Cantos del otro siglo, Manuel González Prada,
Obras, Tomo III, Volumen 7, p. 366, Lima,
Ediciones COPÉ, 1989. Este libro reúne poemas
procedentes de dos cuadernos de manuscritos que el autor
dejó inéditos. Los textos constituyen un documento
valioso para seguir la evolución de González Prada,
poeta satírico. A parte de los poetas o versificadores
citados por sus nombres (Arona, Llona, Villarán,.
Althaus, etc.) , esta sátira alude tan sólo con la
inicial C, a otro poeta, aparentemente José Santos
Chocano; si de Chocano se trata, la sátira no ha de
haber sido escrita antes de 1895, pues Chocano nació en
1875. En 1895 González Prada tenía ya más de 50 años, lo
que nos permite evaluar la distancia temporal que lo
separaba de los modernistas.
Entre otros, Luis Alberto Sánchez en Mito y realidad
de González Prada (Lima, P. Villanueva Editor,
1976), pp. 31 y 48.; es una idea que ya había expresado
Federico de Onís en su Antología de la poesía
española e hispanoamericana (1934), como también
Carlos García Prada en su Antología poética de
González Prada (México, Edición Cultura, 1938, p.
XXXI), y Jorge Manach, quien dice más prudentemente que
Prada “se asoma al modernismo” (“La obra: ideas y
estética”, en “González Prada”, Revista hispánica
moderna, t. IV, nº 1, New York, 1938, p. 26). De
manera más general y sin duda más certera el mismo F. De
Onís hace de Prada un precursor “de la época actual en
América” (ibid, p. 6).
Luis Alberto Sánchez, Mito y realidad en González
Prada (o.c.), p. 31.
Es ilustrativo a este respecto confrontar los títulos y
el índice de Minúsculas; los títulos no refieren
al tema del poema, salvo excepciones como, por ejemplo,
“Al amor”, sino que designan la forma de la composición:
Triolet, Rondel, Rispetto, Pántum, Estornelos, etc., de
modo que el índice resulta ser una especie de
clasificación global y abstracta que supedita la
singularidad del poema al tipo genérico de composición:
Balatas, 14, 24, 32, etc.; Espenserinas, pp. 16, 42,
etc. Quien quiera leer una “balata” determinada tendrá
que hojear el libro hasta encontrarla. .
No es ésta precisamente, creemos, la Grecia que aparece
en los poemas de Rubén Darío; en el poeta nicaragüense
las alusiones a la mitología griega están destinadas por
lo general a introducir en el poema la expresión de
fuerzas elementales y oscuras, genésicas las más veces;
o bien Grecia se presenta explícitamente como un
decorado o un motivo lúdico, asumido de manera franca e
irónica: “Amo más que la Grecia de los griegos / la
Grecia de la Francia”. Ni esas fuerzas ni esta ironía
existen en Prada.
La métrica y la rítmica del poeta están ampliamente
expuestas en su Ortometría. Apuntes para una rítmica,
(prólogo de Luis Alberto Sánchez) Lima, Universidad
Nacional Mayor de San Marcos- Dirección Universitaria de
Biblioteca y Publicaciones, 1977.
Los dos libros de baladas, Baladas y Baladas
peruanas son en su origen una sola obra que en los
manuscritos que dejó el autor constaba de tres partes:
baladas de tema general, baladas de tema peruano y
versiones de baladas alemanas. Alfredo González Prada y
Luis Alberto Sánchez desgajaron del conjunto las baladas
peruanas y las publicaron con este título en la
Editorial Ercilla de Chile en 1935. Dice Alfredo:
“constituyendo los romances peruanos
-creación
del poema autóctono en el Perú-
un documento literario de especial trascendencia,
juzgamos necesario darles individualidad propia
publicándolos aparte”. En cuanto a Baladas, fue
editado en París en 1939 por Alfredo González Prada; “Si
bien la predilección del autor por la balada
-apunta
el editor-
culminó durante los años anteriores a la guerra con
Chile, no dejó de cultivarla después: 1871-79 es el
período de mayor producción”
Tal será también el caso, medio siglo después, del poeta
venezolano José Antonio Ramos Sucre cuyas traducciones
de Uhland no se diferencian en nada, por la forma, de
sus composiciones originales..
Emilio Carilla, en su libro El romanticismo en la
América Hispánica (Madrid, Gredos, 1975, t. II, p.
172) dice que “una obra como las Baladas peruanas,
aunque no sea la más difundida es la que más nos acerca
al verdadero González Prada (...). En las Baladas
el indio pasa de elemento decorativo, nostálgico y
confrontador a personaje real de carne y hueso, visto en
sus dolores, despojos y penurias, perspectiva en la que,
por cierto, no están ausentes convicciones políticas que
González Prada defendió a lo largo de su vida”. Carilla
concluye: “Sí, creo que esta obra es la que servirá
mejor que otras para mostrarnos el perfil literario de
González Prada”. Añadamos que actualmente, por lo menos
en el Perú, Baladas peruanas, objeto de más de
una reedición, es un libro relativamente difundido,
seguramente más que Minúsculas.
Gaston Bachelard, « Instant poétique et instant
métaphysique », en Le droit de rêver (Paris,
Presses Universitaires de France, 1970), pp. 225 y 232.
Carlos García Prada, González Prada ANTOLOGÍA POÉTICA,
Introducción y notas de Carlos García Prada, Editorial
Cultura, México, D.F., 1940.
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