Fernando González Alberty: poeta de la vanguardia puertorriqueña
David Cortés Cabán
Lector,
vamos a imaginarnos al poeta Fernando González Alberty. Vamos a
imaginarlo a comienzos de la década del 30 caminando por una
calle del Viejo San Juan. Vamos a imaginarlo buscando en el
ambiente cotidiano las imágenes que se desprenden de sus versos
y, en otro escenario más lejano y profundo las que le otorgan a
varios de sus textos dimensiones y resonancias cósmicas.
Entremos a su poesía. Es 1931 y acaba de publicar Grito,
un hermoso poemario de un lenguaje inusual y provocador que
rompe con los convencionalismos y actitudes literarias de su
tiempo.
González Alberty nació en 1908 en Yabucoa, Puerto Rico, y murió
en la ciudad de San Juan el 14 de febrero de 1997. Debió haber
tenido veintiún años cuando se unió al movimiento atalayista,
uno de los movimientos de vanguardia más importantes de la
poesía puertorriqueña de finales de la década del 20. Entre sus
fundadores se encuentran los poetas Graciany Miranda Archilla,
Clemente Soto Vélez, Alfredo Margenat y Antonio Cruz y Nieve.
Fue Miranda Archilla quien sugirió la idea del grupo y le dio
nombre y coherencia al atalayismo, estableciendo las bases y
directrices del movimiento. Buscaba, como me contara una tarde
el mismo Miranda Archilla en su apartamento de Queens, en Nueva
York, “remover las frondas de la poesía puertorriqueña”. Es
decir, crear un movimiento innovador que rompiera con la pesada
carga de la tradición lírica del momento y hacer una poesía
nueva y diferente cuyo lenguaje estuviera más acorde con las
poéticas de las vanguardias europeas y latinoamericanas. Pese a
esta actitud innovadora hay que reconocer, sin embargo, que en
sus comienzos las composiciones de estos poetas estaban
matizadas de imágenes modernistas y de un de léxico que todavía
necesitaba más depuración de los elementos que buscaban impartir
a sus obras. Pero a medida que el movimiento se afirma, van
apareciendo en los periódicos y revistas del país poemas que
contrastan con el enfoque y la visión de la poesía que se estaba
escribiendo en ese tiempo. En sus poemas, cuentos y manifiestos
literarios los atalayistas se manifestaban como los portadores
de la nueva vanguardia puertorriqueña. De una vanguardia que hoy
día hay que ir definiendo a la luz de sus logros literarios y de
las situaciones sociopolíticas que estos poetas reflejan en sus
textos.
Sobre el atalayismo, sus intenciones y su significación en la
poesía puertorriqueña véase, por ejemplo, al crítico y poeta
Luis Hernández Aquino miembro del grupo y en cuyo libro,
Nuestra aventura literaria (San Juan, Editorial UPR, 1966),
nos ofrece un importante capítulo sobre el origen de la Atalaya,
la amistad y relación de estos poetas, y la naturaleza y
proyección de este movimiento. González Alberty es uno de los
poetas, juntamente con otros pintores y músicos, de los que
primeramente se unen al grupo atalayista o la Atalaya de los
dioses, como originalmente se llamó. Su poesía se distingue por
la vitalidad de sus imágenes y el tono novedoso de su expresión
creadora, aunque algunos de sus poemas muestren a veces cierto
hermetismo ocasionado quizás por el mismo afán de novedad que
guiaba al poeta. Hay en Grito una visión de la realidad
social, y otra que parece desatenderse del entorno para sostener
un diálogo con el cosmos. El título puede interpretarse como una
protesta social y como el compromiso de un poeta que quiere
hacer sentir una voz diferente entre las nuevas generaciones.
Desde el comienzo de la lectura “Vestíbulo” sirve de punto de
partida para guiar el mensaje del libro. En esta nota
introductoria González Alberty se presenta como un poeta que
encarna un nuevo “ritmo” lírico, es decir, un pensamiento
novedoso capaz de renovar el lenguaje y los temas poéticos de su
tiempo: “soy una antena cósmica atenta al ritmo nuevo de la
época”, nos dice; para luego enfatizar: “En mis hilos se enredan
las voces del siglo—el grito fuerte de la revolución
ideológica—”. Ese “grito fuerte” no es el grito de la angustia o
la desesperación sino el grito que reclama, por un lado,
justicia y equidad para el pobre y oprimido y, por otro,
proclama la nueva estética atalayista, esto es, una nueva
sensibilidad respecto al lenguaje. Así cuando el poeta menciona
el “sonido trece en el pentagrama de la moderna estética”, de lo
que nos está hablando es de la experimentación con el léxico y
los temas vanguardistas que estaba llevando a cabo en su poesía.
Los poemas que aparecen en esta nueva edición son los mismos que
González Alberty publicó en las revistas más importantes del
país a finales del ‘’28 y comienzos de la década del ’30, y los
que componen la totalidad del libro. Grito fue publicado
bajo el sello editorial de la Atalaya de los dioses y es –
pienso- el más representativo de los tres poemarios atalayistas
publicados en los años 1930 y 1931. Me refiero a Responsos a
mis poemas náufragos (1930) de G. Miranda Archilla,
y Niebla lírica (1931) de Luis Hernández Aquino. Conviene
recordar, que en la evolución creativa de estos poetas, y me
refiero ahora sólo a Graciany Miranda Archilla y Clemente Soto
Vélez, sus libros más importantes y reveladores serían escritos
y publicados más tarde, algunos fuera de Puerto Rico, lejos ya
de aquella primera exploración y el ambiente de pasión poética
que fue el atalayismo. Doy como ejemplo a Escalio
(1937), Abrazo interno (1954), Árboles
(1955) y Caballo de palo (1959) de Soto Vélez o
Himno a la Caballa (1971) y Hungry Dust (1988)
de Miranda Archilla todos publicados en el exterior (de
éste último véase la nueva versión bilingüe documentada del
crítico y traductor Orlando José Hernández, Hungry Dust:
Polvo hambriento: Lima, Ed. El Santo Oficio, 2004).
En Fernando González Alberty encontramos un poeta que encarna un
sentido moderno de la imagen poética y una actitud nueva de lo
que quería que fuera la poesía. Publica un solo libro y luego no
sabemos qué circunstancias lo alejan de la escritura (si es que
alguna vez estuvo alejado), o por qué no continúa escribiendo y
publicando. Grito, su único libro, refleja la
conciencia de un joven poeta que es capaz de intuir en el
lenguaje sus propias exigencias o las que representaban su
escritura en ese momento para el público lector o para el grupo
atalayista mismo. Su libro nos ofrece dos dimensiones que se
complementan: una se centra en el entorno social y otra, de
matiz más hermético, se proyecta dentro de una armonía cósmica.
Por eso al entrar en los temas de su poesía hay que destacar
estas líneas divisorias que se proyectan e intercalan creando
varias posibilidades interpretativas de su obra.
En la primera sección se agrupan poemas como “Mesalina”, “El
limpiabotas” y “Tienda de amor” que describen una dolorosa
realidad social. Son poemas que transmiten lo que el poeta
siente y observa. Mesalina es un símbolo de esa realidad como lo
es también el limpiabotas: “Mesalina derrama su hisopo de
caricias / y fija precio yanqui / a su materia ajada”, señala el
hablante proyectando la silueta de un cuerpo consumido por la
fatiga del deseo carnal y víctima de la lujuria de los hombres.
El poema “El limpiabotas” representa otra imagen social. Es
también la estampa humana de un humilde oficio que aún persiste
en nuestros países. Un personaje que busca sobrevivir en un
ambiente de carencia y opresión: “El duro lecho del zaguán /
golpea el abdomen vació / que aúlla su apetito / e implora la
anestesia del sueño”. Sólo la muerte lo rescata del vacío y la
indiferencia. Otro poema representativo de un ser agobiado por
la rutina abrumadora del oficio es “Policía de tráfico”. Casi
parece la escena teatral de un escenario que no descarta el
humor. En esta misma sección encontramos poemas que buscan
fundir la vida del poeta con el cosmos. Poemas como “Duelo
cósmico”, “Ritmo astral”, “Astronomía espiritual” contienen al
libro elementos evocadores del espacio y los astros. El poeta
tiende la mirada hacia los astros para sentirlos como materia o
lenguaje vivo del ritmo de las constelaciones. No ve en el
espacio un refugio sino una forma de conocimiento: “Aprende, /
cual lección de astronomía, / el poema de color del horizonte—”,
nos dice en “Ritmo astral”. Y más adelante: “Escucha la canción
/ de las sopranos luminosas / de las constelaciones—”. Aquí el
hablante poético se proyecta hacia un plano vertical buscando en
el espacio una especie de unidad y conocimiento que refleje
también su realidad y la del ambiente de sus textos. Encontramos
en estos poemas la configuración de elementos astrales y de
imágenes que presentan a veces una mayor dificultad de
interpretación. En “Duelo cósmico” el cielo estrellado de la
noche se convierte en un duelo nocturno de dimensiones
infinitas. La noche estrellada es todo un inmenso acontecimiento
de sombras y luces que dan la bienvenida a una estrella que nace
como un reflejo de la frágil condición humana: “Estrellita
lejana / --símbolo de almita blanca-- / proyecta su tragedia
prematura / en el cinema de la eternidad—”. Allí están los
querubes, las “flores del cielo” y las nubes como “monjas
vestidas de elegía” con sus “salterios de negros aljófares” para
con las “compasivas constelaciones” acallar el dolor. Porque en
el fondo “Duelo cósmico” es una imagen universal del dolor
humano; refleja al planeta y al universo entero como elementos
contemplativos de una humanidad trágica. Por eso en la escala
más alta de ese espacio las constelaciones arrojan su luz
solidaria y consoladora del destino humano. Otro poema,
“Erotismo geométrico” proyecta el juego erótico de dos aves que
en el paisaje crepuscular se funden en un amoroso y colorido
vuelo. En “Autonomía espiritual” la vida se convierte en
sustancia del universo. Un universo que contiene una visión
evocadora que cristaliza el sentimiento de libertad del poeta:
“Mi alma, entonces, / radiará el mensaje: / --desmadeja de cofre
esférico—”; y este sentimiento es también una imagen visual de
su interioridad.
Estos temas le confieren a la poesía de González Alberty nuevas
vías imaginativas que va mucho más allá de lo que comúnmente se
estaba escribiendo entre los poetas de su generación. Sus
composiciones rescatan nuestra mirada del ámbito terrenal para
transportarnos a otro escenario, a otro plano donde el espacio
representa un lenguaje que determina una visión de dimensiones
cósmicas que nos trasmite una impresión humana y diferente del
universo.
En la segunda sección se reiteran situaciones y motivos de
temática social. Se enfatiza la conciencia de un hablante que se
identifica con el dolor y la explotación del prójimo. Son poemas
escritos en un lenguaje más directo que nos habla de la carencia
y el dolor humano, y la indiferencia de algunos ante las
condiciones socioeconómicas que vive el país. En el poema
“Grito”, que señala además el título del libro, se denuncia un
ambiente donde impera el conformismo, la explotación y la
desigualdad social. El poeta siente que se vive artificiosamente
y que esa actitud ante la vida necesita trasformarse: “La boca
de la historia / dispara el grito bélico / por las calles
cuajadas / de servilismo y hambre”; dice, expresando una visión
negativa del ambiente. En el poema “Hostos” critica el
sentimiento de indiferencia y la falta de voluntad y de
compromiso de varios sectores de la población para apoyar las
ideas progresistas del patriota: “…perros de presa aullaron / a
tu locura libertaria / y acosándote hasta la costa / te echaron
del mapa de la patria”. En “Ilotismo” presenta un cuadro del
estado marginal del obrero, y de las condiciones que lo oprimen
y lo despojan de su humanidad. Es una denuncia para que éste
reaccione y enfrente su realidad: “inyecta subversión a tu
mansedumbre”, le dice en un verso. Y en “Protesta”, como el
título mismo señala, se habla de la explotación y la vida
sufrida del obrero ante la actitud de un patrón transformado por
el afán de las riquezas y la avaricia: “Su Majestad E Dólar /
prende el carbón de la codicia / en la conciencia patronal”,
dice el hablante sugiriendo la causa de una deshumanización que
es producto del materialismo de quienes controlan los medios de
producción. González Alberty reconoce que la única forma de
lograr un mundo más justo y humano es a través de una toma de
conciencia. Por eso sus poemas se identifican con los más
humildes y vulnerables y describen unas condiciones sociales que
deben ser transformadas para lograr una sociedad justa y
equitativa. De ahí que, en cierto modo, su visión poética esté
arraigada a lo terrenal, en las preocupaciones y realidades de
la vida.
En el poema “Isla de Cabra” el poeta mira hacia un pasado que le
señala la dureza del mundo. Las imágenes del poema se
contraponen a la imagen del “huerto” en una expresión dolorosa
del infortunio humano: “Isla de las patas del Diablo / Huerto de
carne podrida”, le llama a la isla en un lenguaje que en cierto
modo es también una censura contra todo lo que oprime y denigra
al ser humano. Su visión de la vida busca crear una conciencia
de cambio y de equidad social. En el poema “Labor” nos da una
impresión de las penosas condiciones de trabajo que consumen la
existencia del obrero. Su vida pasa como un relámpago que se
desvanece en el horizonte. Y es que Grito de González
Alberty nos comunica una innegable realidad: las situaciones
sociales y políticas determinan el destino y la vida de los
pueblos. Sus palabras no ocultan el desamparo y el sentido
doloroso de la vida: “El jornalero almático / forja multíplices
ensueños / --alcázares de espuma / que se proyectan
verticalmente, / y al rozar con los astros / se evaporizan en la
nada—”; destaca en un lenguaje que nos hace reflexionar y
sentir que el poeta quiere mostrar la realidad tal como es,
convencido de que las luchas pueden darle a la vida un sentido
más humano. Porque en fin, el sentido singular de este libro no
está solamente en el aire de novedad de sus imágenes sino en la
intuición de que la auténtica poesía debe asumir una conciencia
de la vida en el plano de la tierra y del espacio. |