Viaje y poesia en la obra de Eduardo Garcia Aguilar
Jorge Bustamante García
Dentro
de la obra de los escritores colombianos nacidos en la década de
los cincuenta destaca Eduardo García Aguilar (1953), trotamundos
incansable, que como muchos otros escritores de la diáspora
colombiana, ha vivido más de la mitad de su vida fuera de su
país. García Aguilar ha publicado novela, poesía, ensayo,
crónicas, entrevista y colaborado en diversos medios
periodísticos de México, Colombia y España.
Recientemente fue reeditada en España su novela El viaje
triunfal (Altera, Barcelona, 2002) y en Estados Unidos la
editorial Aliformgroup.com publicó en inglés su colección de
relatos Urbes luminosas bajo el título Luminous cities (Aliform,
Minneapolis, 2002). Es autor de los poemarios Ciudades
imaginarias, Llanto de la espada, Berkeley Square,
Animal sin tiempo, entre otros.
Su amigo el poeta y traductor de poesía y literatura rusa, Jorge
Bustamante García, conversa con él sobre poetas errantes, poesía
y prosa, poesía y novela, entre otros temas de su pasión
literaria.
JBG
Ya que el personaje central de El viaje triunfal es un
poeta latinoamericano errante, ¿qué piensas de la poesía en
América Latina?
EGA
Todo ejercicio poético es un acto de rebeldía. El poema es la
subversión máxima porque está a salvo de la comercialización de
estos tiempos. La mayoría de los narradores de hoy sólo son
negociantes que se vanaglorian de su ignorancia poética. Ahora,
más que nunca, es necesario volver a restablecer puentes con los
viejos dinosaurios de la vanguardia poética latinoamericanaa y
por supuesto con el viejo humanista polígrafo de la primera
mitad del siglo XX.
En el ámbito hispanoamericano, la poesía es y ha sido la
expresión más luminosa desde la gran explosión provocada por los
modernistas. Los poetas de este continente son los que han
conducido el castellano a sus más impresionantes proezas;
recordemos a los chilenos desde Neruda y Huidobro hasta Rojas, a
los peruanos desde Vallejo y Moro hasta Westphalen y Eielson, al
mexicano Octavio Paz, a los venezolanos, argentinos, en fin, la
lista sería interminable. Su sola mención nos trae a la mente
universos sin cuyo conocimiento el escritor latinoamericano de
hoy estaría incapacitado para entender los rumbos de su trabajo
literario.
JBG
¿Cuál es la literatura latinoamericana que más te interesa?
EGA
En, definitiva, la poesía es lo que más me interesa. Con sólo
ese cuerpo literario la literatura latinoamericana tendría ya su
lugar, pues la prosa reciente, salvo excepciones, me parece un
lastre. Leer a Herrera y Reissig, a Lugones, a Silva o a Neruda
o en otra esfera a Huidobro, Paz, Borges, Molina, Rojas, Gerbasi,
para mencionar a algunos, nos da prueba de ello. Los poetas de
nuestro continente son los más lúcidos, los más rebeldes y
ambiciosos escritores de cada país. Salvo grandes logros, como
la obra de Felisberto Hernández, la narrativa latinoamericana
interesa menos, aunque desde el punto de vista sociológico es
vital para entender el rumbo histórico del continente. En las
últimas décadas los narradores querían hacer piruetas de circo
para demostrar a la madrastra española que dominaban muy bien la
lengua, con lo que se hizo mucho ruido y pocas nueces. Nos hemos
alejado de esa literatura sabia y sólida de los viejos
polígrafos como Borges y Reyes. Pero creo que a nuestra
generación, aunque le tocará pagar los platos rotos por el boom
por la exagerada comercialización actual, sabrá aprender de esa
verdadera pléyade de maestros cuya obra iluminó al siglo XX de
punta a punta.
JBG
¿Háblanos de Llanto de la espada?
EGA
Llanto de la espada reúne textos escritos entre 1980 y 1990 y es
una bitácora de esa búsqueda poética, sin duda la más nutricia,
riesgosa y verdadera para cualquier escritor. El extenso poema
que da título a la colección trata de situarse dentro de esa
corriente latinoamericana y es un homenaje oblicuo a Neruda,
Huidobro, César Moro, Paz y Mutis, en general un homenaje a esa
orgía poética nuestra. El libro está dividido en varios
cuadernos y sus temas centrales son el viaje, el erotismo y el
exilio, en el sentido más amplio del término. Tenía que
liberarme de esos textos para poder explorar en otros campos y
formas como lo estoy haciendo ahora. Ahora tengo lista para
edición una colección con la poesía que reúne los textos
trabajados de 1991 al 2001. Sigue así la exploración lenta y
escasa, pues en poesía tal vez lo escaso y breve es preferible.
JBG
¿Por qué esa búsqueda irrenunciable de la poesía en un novelista
como tú?
EGA
La novela debe sumergirse en la poesía si quiere sobrevivir al
menos como cadáver. Todos sabemos que es un cadáver, pero los
muertos tienen también su derecho a vivir. Las generaciones de
poetas latinoamericanos que siguen fieles a ese género a lo
ancho y largo del hemisferio, son ahora la verdadera caldera
creativa de nuestra lengua. Maravilla mucho la existencia de
miles de poetas ocultos a lo largo del continente desde Arica
hasta Tijuana y desde Tegucigalpa hasta Manaos y La Patagonia,
porque ellos saben que no pueden esperar nada de su ejercicio,
salvo la desconfianza de la sociedad y sus gobiernos. Sólo
buscan una revelación y además esperan que el lector ávido y
secreto experimente a su vez una explosión eléctrica.
JBG
¿Podrías precisar un poco más en el asunto de la situación de la
novela latinoamericana?
EGA
Después del espejismo del boom de la narrativa latinoamericana
va a ser necesario restablecer el puente con la generación de
humanistas de la primera mitad del siglo, como Henríquez Ureña,
Reyes, Sanín Cano, Macedonio Fernández y Borges, entre otros. El
boom nos hizo confundir venta con talento, protagonismo y
publicidad con inteligencia. De repente toda una generación de
escritores jóvenes se perdió en la ambición de anular a esos
señores y los poetas fueron arrinconados en un desván porque no
eran negocio, convirtiéndose en convidados de piedra de ese star
system. Fue algo terrible y apenas ahora nos estamos recuperando
de ese vendaval. Ahora nuestra literatura parece un poco un
pájaro loco que logró sobreviir al huracán con unas cuantas
plumas desordenadas. Se requiere un balance para volver a
conversar con ese hombre de letras para quien la palabra es un
vasto instrumento y la literatura una cuestión de ética. El
poder y la ambición desmedida maleó a nuestros principales
autores de las últimas décadas y a nosotros nos tocará reiniciar
ese humanismo rebelde alejado de la mezquina política.
JBG
En el viaje triunfal, tu tercera novela, el protagonista es un
poeta modernista, viajero incansable y cosmopolita. Aunque los
hechos suceden a fines del siglo XIX y en la primera mitad del
XX , son muy actuales…
EGA
El viaje triunfal vendría a ser la conclusión de un tríptico al
que pertenecen Tierra de Leones y Bulevar de los héroes. En este
caso necesitaba arreglar cuentas con ese maestro humanista al
que me refería y bajo cuya influencia crecimos muchos de nuestra
generación, al mismo tiempo que el boom arrasaba con todo. Faría
Utrillo es una especie de Frankenstein hecho con partes de
Huidobro, Neruda, Asturias, Rómulo Gallegos. Esos viejos
latinoamericaos eran admirables, apasionados lectores de
literatura universal, vitalistas ligados a sus pueblos y a sus
costumbres, profetas de sus naciones derruidas, voz de los sin
voz, exploradores en diversos géneros, viajeros, casi todos
ellos amantes de la comida, el vino y el amor, arquetipos del
papá grande que busca dialogar con los jóvenes. ¿Cómo escribir
la historia de un hombre así, mitad vanguardista, mitad pagano y
mitad religioso? Había que renunciar a la historia verbal a la
que estábamos acostumbrados, tratar de desdramatizar el lenguaje
para dar voz a los hechos de esa primera mitad del siglo XX
marcada por las guerras, por años de creatividad desenfrenada en
París, Viena y Berlín, así como en nuestras capitales. Tengo la
impresión que el mundo cultural de esa primera mitad de siglo
fue más sólido que hoy en las grandes capitales latinoamericanas
como Buenos Aires y México. Incluso en mi país, Colombia, había
una serie de locos espléndidos como Osorio Lizarazo, Rivera,
Zalamea, Sanín Cano, León de Greiff, Rafael Maya, Fernando
González, Aurelio Arturo, e incluso los políticos eran
gramáticos, poetas, lectores desenfrenados. En fin, El viaje
triunfal fue el exorcismo de esa imagen, que es un poco la
paterna, el exorcismo de esos hombres de chaleco, bombín,
bastón, a veces muy pomposos, para quienes la literatura era lo
máximo y cuyos ídolos eran Baudelaire, Rilke, Tolstoi, Cervantes
y Stendhal.
JBG
Faria Utrillo era un hombre desquiciante, un pesimista faliz,
que sabe que en el fondo nada tiene arreglo, se burla de los
políticos y apuesta por lo más inútil, por la poesía, única
tabla de salvación en un tiempo demente y sin rumbo…
EGA
El viaje triunfal es también un acto de rebeldía. El mundo
imaginario de esa novela abarca desde el mundo modernista de
fines del siglo XIX hasta 1949, un tiempo que en Colombia fue
parteaguas porque un año antes se inició el terrible episodio de
la violencia, tras el cual el país pierde su inocencia tribal.
En medio está la vuelta al mundo de Faría Utrillo en las grandes
capitales del arte y los lejanos mundos orientales. En esa
carroza viajera toca los principales arquetipos culturales de
esa generación: el simbolismo poético francés, el cubismo, la
explosión artística de entreguerras, los narguiles árabes, las
momias egipcias, la India de Rabindranath Tagore -quien visitó a
Victoria Ocampo en Buenos Aires-, en fin, el Japón misterioso,
Mata Hari, Drieu la Rochelle y la Francia ocupada, el Nueva York
de Berenice Abbot y Man Ray: También el personaje es literario
hasta la indecencia, como esos hombres de letras de los años
treinta y cuarenta en América Latina en torno a quienes se
crearon grupos, tertulias, a veces ingenuas, pero en los que se
cimenta nuestra tradición literaria. En el marco de nuestra
generación, la gente que nació en los cincuenta y surge a la
literatura en los sesenta, esta novela quiere abrir una ventana
a esos tiempos y saludar desde allí a esos viejos arrinconados
en un museo de cera. De ese diálogo saldrá la nueva "madurez"
literaria de América Latina.
JBG
Tu segunda novela, Bulevar de los héroes, apareció en Estados
Unidos en versión al inglés, con prólogo de Gregory Rabassa.
¿Cómo ves el destino de ese libro?
EGA
Bulevar de los héroes fue mi arreglo de cuentas con algo que
ahora en tiempos de intolerancia es visto con miedo: los tiempos
de insurrección y sueño revolucionario latinoamericanos. Algunas
grandes figuras de nuestras letras exigen llevar a la hoguera a
quienes alguna vez fueron de izquierda, pero eso, además de
inútil me parece carente de perspectiva histórica: todas las
civilizaciones han tenido épocas de insurrección y de reflujo,
momentos de efervescencia y desorden y lapsos de mano dura con
caudillos, monarcas o dictadores paranoicos. Quienes creyeron
que 1989 iba a significar el fin de la idea de revolución están
equivocados; cuando muramos y nuestros hijos nos sigan, ellos
van a ser testigos de ese vaivén histórico; tendrán otros
colores e ideologías. La locura revolucionaria de este siglo XX,
el sueño socialista, fue algo normal e inherente a la condición
humana, algo que está ahí y no podemos borrar. Es como la
independencia de España. Sería ridículo exigir hogueras para
quienes propiciaron la guerra civil, como Bolívar, para encauzar
a nuestros países a un nuevo caos aún no definido. En Bulevar de
los héroes el protagonista ya no es el poeta ilustrado, sino el
revolucionario, el caudillo. Vista con perspectiva, veo que era
necesario abrir esa ventana para abordar esos acontecimientos
con la perspectiva crítica de nuestra época. El maestro Gregory
Rabassa, que hizo el prólogo al libro, en su edición de Latin
American Literary Review Press, captó el asunto y dice que
Bulevar de los héroes y Cola de lagartija de Luisa Valenzuela,
entre otras muchas más, son parte del aporte de las nuevas
generaciones del post boom a la novela del caudillo y la
insurrección. Sin que esto signifique que los estamos plagiando,
porque es un tema que abordaron Sarmiento y Altamirano en el
siglo XIX, Azuela y Martin Luis Guzmán en la primera mitad del
siglo XX, Roa Bastos, García Márquez, Carpentier y Asturias en
lo que respecta al boom. Sin duda nuestros bisnietos y choznos
abordarán el tema porque seguirá habiendo insurrecciones en
nuestro continente.
JBG
Tu obra novelística gira alrededor de ciertos personajes, una
misma ambientación casi ateniense, incluso tu ciudad natal
-Manizales- es ya un motivo constante en las mismas.
EGA
Ya se ha dicho que la infancia es un material básico en la obra
de los escritores. Manizales fue una extraña ciudad, una especie
de Manaos cafetera de tierra templada, que fue centro en su
momento de un movimiento literario absolutamente anacrónico y
esperpéntico. La ciudad que hicieron, con una catedral gótica de
cemento y edificios de pastelería parisina, es apta para
cualquier delirio imaginativo. Esa ciudad de los años cincuenta
-ahora ya destruida por avenidas, puentes, supermercados y
estacionamientos, esa ciudad de mi infancia, de la que ya quedan
pocos vestigios, fue en esas novelas una obsesión permanente.
Unas cuantas cuadras llenas de edificios art deco y las
escaleras que conducían a la oficina de mi padre son la materia
prima de mi literatura. Escribo para rescatar a ese niño que
andaba en ese extraño ámbito de la mano de un obsesionado por la
palabra.
JBG
Tú también has sido un viajero impenitente. ¿En dónde como y
cuándo te dio por escribir?
EGA
Fue algo muy temprano gracias a mi padre, un liberal socialista
de la vieja guardia que estaba obsesionado por la literatura y
las palabras y que tal vez, a sabiendas de que no iba a realizar
una obra, me inculcó desde la niñez el amor por las letras. Lo
veo ahora bajando por las escaleras de la casa con un
diccionario, aplicado a encontrar la definición exacta de las
palabras, o sus variantes, o leyendo poemas con una felicidad
que no puedo olvidar y aún me obsede después de su muerte. Tal
vez por imitación empecé a escribir a los doce años, pero tuve
la certeza de que mi destino iba a ser la literatura cuando a
los trece años gané un premio de literatura en el colegio con un
cuento sobre la aparición del diablo en la siberiana Yakutia. El
premio fue una bella edición de Las nieves de Kilimanjaro de
Hemingway y desde entonces no tuve duda alguna de que iba a ser
escritor. En esa aventura tuve la excepcional complicidad de
unos amigos de esa edad, que también estaban infectados por la
literatura. Con ellos perseguí a Neruda cuando visitó Manizales
en 1968 y hablamos de nuestras lecturas en largas caminatas por
las montañas andinas que rodean a Manizales. Uno es ahora un
monje benedictino muy sabio, otro es un temible alto militar y
el tercero fue un poeta muy lúcido que pasó temporadas en el
manicomio y ya murió.
JBG
La poesía y la literatura francesas han sido decisivas en tu
formación. ¿Qué libros y autores son los que más quieres?
EGA
Tengo una larga historia de amor con Francia, en la que viví
primero de 1974 y 1980 y ahora desde 1998. En la primera etapa
estuve ligado a la primera Universidad de Vincennes, Paris VIII,
por desgracia ahora desaparecida. Soy un francófilo porque es
una literatura muy completa donde florecen todos los géneros y
los escritores rompen muros par expresar lo que sienten.
Memorias, novelas, ensayos, diarios, aforismos, poesía, cuento,
ensayo político, humor, erotismo, son algunas de sus
expresiones.
En poesía podría mencionar por azar a Chénier, al Ronsard de "Antiguedad
de Roma" y por supuesto a fines del siglo XIX a Baudelaire,
Rimbaud, sin olvidar Mallarmé, Apollinaire, Cendrars, Breton y
los surrealistas, todos ellos revolucionarios del ejercicio
poético en el resto del mundo. En novela no puedo olvidar a
Manon Lescaut del Abate Prevost ni la lectura de los grandes
maestros del siglo XIX que hice cuando vivía cerca del
cementerio Pere Lachaise: Stendhal, Flaubert, la trilogía de
Balzac compuesta por Pere Goriot, Espeldor y miseria de
cortesanas y Las ilusiones perdidas. Otro libro clave fue para
mí las Confesiones de Rousseau.
Hay otros bloques que me interesan mucho; en general la
literatura decadente de fin del siglo XIX que floreció en torno
a Barbey D’Aurevilly, Villiers de L’Isle Adam y Joris Karl
Huysmans. Y más tarde autores musculares como Céline y Malraux.
Sería además imperdonable no mencionar a Proust y Valéry; este
último mi modelo de escritor humanista que no se especializa y
aborda la poesía, la crítica, el teatro, la reflexión estética,
la prosa y que ejerce la literatura como una especie de
actividad completa, vasta, pagana y milenaria. |