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J O R N A L   D E   P O E S I A   |   F O R T A L E Z A l C E A R Á l B R A S I L
COORDENAÇÃO EDITORIAL   |   FLORIANO MARTINS
2001 - 2010
 

 

 

ACERVO GERAL | PORTO RICO

Edgardo Nieves-Mieles | (1957)

Breve disquisición acerca de las redes y los peces que lograr burlar el cerco de las mismas

Edgardo Nieves-Mieles

Los científicos literarios se empeñan en ubicarme en la Generación del 80. Así que, comenzaré por sacarme la molestosa piedrecilla del zapato y dejar meridianamente claro que el asunto de las etiquetas culturales, alambradas y demás guardarrayas del oficio, no me hace muy feliz. Como instrumento de estudio me resulta un mal necesario que ha cobrado una vigencia desmedida en la crítica literaria hispánica. Coincido con nuestra valiosa Nilita Vientós Gastón, quien calificaba a los escritores por sus cualidades, no por escuelas, promociones, generaciones o grupos. Los hacedores de la cultura no deben ser calificados por los gremios que frecuentan, ni por su postre favorito, ni por el tipo de cine que se les antoja ver. Tal método de clasificación taxonómica para agrupar acólitos y establecer colindancias cruzó los mares como herramienta historicista gracias a la herencia legada por Ortega y Gasset. Demasiadas historias de la literatura hispanoamericanas han sido estructuradas a partir del engendro popularizado por el castizo tío y sus acólitos. (¿No fue él acaso quién acuñara el “yo soy yo y mi circuncisión”? Quizá por ello un filósofo más silvestre y divertido postulara humildemente que “de generación en generación, nos seguimos degenerando”.)

A menudo el resultado de su aplicación parece un impreciso catálogo de nombres, cifras y etiquetas para parcelar la producción literaria de cada país. Dejo caer la mirada hacia el norte y noto que a los asépticos gringos jamás se les ocurrió postular que Chandler o Kerouac pertenecieron a tal generación, que Carson McCullers o Flannery O’Connor a tal otra. Mientras que del frío lado europeo, los franceses nunca ubicaron a Sartre como miembro de la generación del 30 ni a Camus como de la promoción del 40. Otro mucho más allá de las ruinas del Muro de Berlín, los rusos tampoco intentaron encajonar a los camaradas Tolstoi o Chejov en ésta o aquella generación. Todos ellos acuñaron otras monedas menos rígidas y más imaginativas: fulano es parte los “surrealistas”, zutano de los “beatniks”, perencejo de los “existencialistas”.

Me permito saltar las alambradas de los géneros con esta digresión que no es lo mismo, pero es igual: ¿qué decir de la pintoresca etiqueta de más reciente factura puesta de moda en Castilla la vieja para distinguir la obra de los poetas que versan sobre su íntimos aconteceres: “poesía confesional”?  Cada vez que tropiezo con el adefesio, se me inunda el pensamiento con el ceño fruncido de las monjas, el adusto rostro de palo del cura y el perfume a santidad que asociamos con el confesionario. Me aventuro a aseverar que semejante embeleco cruzó los mares en una travesía a la inversa: zarpó desde Boston gracias a los estudiosos de la obra de Robert Lowell. Cuando hablamos (o escribimos) acerca de las obras de Baudelaire, Blake, Cavafis, Cummings, Molina, Orozco, Pessoa, Vallejo o Whitman, ¿a qué generación solemos vincularlos?

Creo que al estudiar la literatura contemporánea es necesario revisar el andamiaje crítico armado por jerarquías emblemáticas y/o canonizadas y canonizantes; crear otros métodos de investigación más precisos, menos conflictivos. A veces resulta que los cítricos (sic), por haberse refugiado en la atmósfera de pecera climatizada de las universidades y la academia, pierden contacto con la vida cotidiana de nuestros congéneres. (Mal también inherente en los señores “editorpes” que almacenan sus dinerito$ en la nube 9.) Esto les incapacita para acercarse sin distancia prudente a lo que alrededor nuestro ocurre. (Simón dice que en las grandes alturas el aire se torna irrespirable.)

No me va quedando otra que hacerle coro a Eduardo Mateo Gambarte, quien, en El concepto de generación literaria, comenta: “el método generacional de estudio empobrece y simplifica, cuando no desvirtúa la obra de cada autor, niega evoluciones personales, uniforma y anula la variedad de tonos y cantos convirtiendo la literatura en un vehículo monotemático, monótono, uniforme y, en resumidas cuentas, falso”. Si nos regimos por este pie forzado y usamos el tieso criterio de agrupar autores según sus fechas de nacimiento, ¿dónde quedarían narradores cuyas poéticas escriturales son claramente cónsonas con las de colegas de más reciente hornada: Giorgiana Pietri (1945), Marta Aponte Alsina (1945), Daniel Martes Pedraza (1949), Ángela López Borrero (1951) y Carmen Zeta (1955)?

Voy todavía más lejos y hacia aguas más profundas y peligrosas: ¿cómo es posible que, al pasar juicio sobre nuestra poesía, coloquemos a Lilliana Ramos Collado y a Roberto Net Carlo como miembros de la generación del 70 y a Edgar Ramírez Mella en la del 80, cuando éste último nació 4 meses antes (junio de 1954) que los primeros dos? ¿Qué decir entonces de Servando Echeandía y Arnaldo Sepúlveda, nacidos ambos en 1956 e identificados con el quehacer de la llamada Generación del 70? ¿No es esto confuso y conflictivo? 

Por si esto fuera poco, se me ocurre preguntar cómo, partiendo del antediluviano sistema “generacional”, se las arregla la crítica para ubicar una obra escasa pero de indiscutible riqueza y magnitud como la de José Ma. Lima, nacido en 1934, y cuyo libro La sílaba en la piel es una joya que no verá la luz pública hasta 1982, 48 años después de su nacimiento. Aquí corroboramos que el concepto generación es demasiado poroso y, como bien dice Vicente Quirarte: “Toda red es susceptible de permitir el escape de algunos peces”.       

Además, otro de los rasgos esenciales postulados por ese artrítico método es el antagonismo generacional. ¿Por qué, en lugar de anteponer una visión belicosa para examinar los antecedentes de nuestra escritura y la relación entre los autores de una y otra camada, no hacerlo con genuino interés conciliatorio, deponiendo las armas y el fronte de guapo de barrio, dejando atrás complejos edipales y temores saturninos de que nuestros mayores nos devoren? (No en vano el célebre Octavio Paz sentenció que “después de Freud no leemos con los mismos ojos a Sófocles”.)  Por otro lado, existen rasgos y elementos estilísticos particulares y consustanciales a la obra de escritores de primeros grupos que permanecen vivos y que son utilizados y asimilados por los más jóvenes. Ocurre también que (“todo lo que se mueve, cambia”) escritores del grupo mayor han ido evolucionando técnicas, planteamientos y preferencias temáticas a tono con la voluble actualidad y que pueden resultar comunes a miembros de las más jóvenes cofradías. Esto complica el de por sí delicado asunto, pues no podemos aseverar a ciencia cierta si las transformaciones en la poética de los mayores ocurre a partir de las innovaciones de la obra de los más jóvenes. (Claro, sería también absurdo pretender escamotear la posibilidad de la influencia de nuevos modelos extranjeros. No olvidemos que la cultura es una maravillosa membrana osmótica.)

Para ilustrar mi molestia con la dudosa eficacia del concepto “generación”, tomemos, por ejemplo, el caso de Enrique A. Laguerre y su obra. No dejará de incomodarme la rigidez que implica categorizar como miembro de la Generación del 30 a un autor que continuó publicando novelas a través de su vida hasta poco antes de morir a la edad de 99 años. Más allá de reconocer su gran habilidad para retratar la realidad histórico-social puertorriqueña y las pesadas y predecibles estructuras de varias de sus últimas novelas, no poseo elementos de juicio suficientes para sopesar responsablemente las aportaciones de Laguerre.  Sin embargo, puedo aseverar que, distanciado de las circunstancias del diario vivir del campesinado tratadas usualmente en gran parte de su obra, el prolífico mocano se esforzó por incorporar a su narrativa temas de actualidad como el feminismo, la homosexualidad, la santería y la medicina naturista.

La mirada de doble filo de Ana Lydia Vega le permite subrayar con el donaire sandunguero inherente a su escritura que “El concepto de generación literaria, confunde más de lo que aclara. Los escritores no escriben durante una sola época sino durante toda su vida útil. (…) Víctor Hugo escribió su novela cumbre Los miserables después de los 70 años y Marguerite Duras la muy celebrada El amante a sus 70. Entonces, cabría preguntarse por qué la obra de un escritor tendría que conformarse a unas definiciones y características que tal vez pudieron haber marcado una primera etapa de su creación pero que, en etapas posteriores, han quedado superadas, modificadas o hasta desmentidas. La Magali García Ramis de Felices días, tío Sergio  es y no es la misma autora de Las horas del sur. El Juan Antonio Ramos de Papo Impala está quitao es y no es el mismo autor de El libro de la rabia. La Rosario Ferré de Papeles de Pandora es y no es la misma autora de The House on the lagoon. Hay continuidad y ciertamente hay también ruptura dentro de la trayectoria vital de una misma obra literaria”. Pulsando esa misma cuerda, Vega concluye que “La literatura es un proceso tan fluido que no admite parcelaciones temporales”. Que “el esquema generacional puede ser útil para la enseñanza puesto que las épocas sí marcan --y en ocasiones dramáticamente-- el trabajo de un escritor. Pero el privilegiar ese solo aspecto de algo tan complejo como el proceso creativo tiende a erigir un muro de prejuicios que termina por ocultar el carácter único e inimitable de cada voz literaria. Las generalizaciones así difundidas predeterminan la lectura, marginan a los autores y contribuyen a la congelación en el tiempo de las obras estudiadas, a su suspensión en un pasado mítico situado en la remota y nebulosa era de los orígenes”. 

Y puestos a escoger, por sintonía y afinidad de carácter, me sigo sintiendo a mis anchas junto al grupo de estudiantes de la Universidad de Puerto Rico-Río Piedras que veló sus primeras armas literarias en torno a las revistas Filo de Juego y Tríptico. Es decir, Rafael Acevedo, Belia Segarra, Juan C. Quintero, Mario Rosado Aquino, Israel Ruiz Cumba, Mayra Santos Febres, Zoé Jiménez Corretjer, Michelle Dávila, Rubén A. Moreira y Alberto Martínez Márquez, entre otros. Por esa época también cultivé la amistad entrañable de otros jóvenes poetas (gracias a la Providencia, hasta ahorita nos sigue rindiendo) a quienes conocí en un taller de poesía: Marisol Pereira, Madeline Millán y Daniel Torres. De todas maneras, rosas (amarillo pollito, por favor).

 

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El acervo general de la Banda Hispánica fue creado en enero de 2001 para atender a una necesidad de concentrar en un mismo sitio informaciones acerca de la poesía de lengua española. El acervo contiene ensayos, reseñas, declaraciones, entrevistas, datos bibliográficos y poemas, reuniendo autores de distintas generaciones y tendencias, inclusive inéditos en términos de mercado editorial impreso. Aquellos poetas que deseen participar deben remitir a la coordinación general del Proyecto Editorial Banda Hispánica sus datos biobibliográficos, selección de 10 poemas y respuesta al cuestionario abajo:

1. ¿Cuáles son tus afinidades estéticas con otros poetas hispanoamericanos?

2. ¿Cuáles son las contribuciones esenciales que existen en la poesía que se hace en tu país que deberían tener repercusión o reconocimiento internacional?

3. ¿Qué impide una existencia de relaciones más estrechas entre los diversos países que conforman Hispanoamérica?

Todo este material debe ser encaminado en un único archivo en formato word, para el siguiente email: bandahispanica@gmail.com. Agradecemos también el envío de textos críticos y libros de poesía, así como material periodístico sobre el mismo tema. El acervo general de la Banda Hispánica es una fuente de informaciones que refleja, sobre todo, la generosidad amplia de todos aquellos que de ella participan.

Acompañamiento general de traducción y revisión a cargo de Gladys Mendía y Floriano Martins.

Abraxas

Jornal de Poesia (Brasil) La Otra (México) Matérika (Costa Rica) Blanco Móvil (México) Revista TriploV de Artes, Religiões e Ciências (Portugal, Brasil)

 

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Ficha Técnica

Projeto Editorial Banda Hispânica
Janeiro de 2010 | Fortaleza, Ceará - Brasil
Coordenação geral & concepção gráfica: Floriano Martins.
Direção geral do Jornal de Poesia: Soares Feitosa.
Projetos associados: La Cabra Ediciones (México) | Ediciones Andrómeda (Costa Rica) | Revista Blanco Móvil (México) | Triplov (Portugal).
Cumplicidade expressa: Alfonso Peña, Eduardo Mosches, Gladys Mendía, José Ángel Leyva, Maria Estela Guedes, Maria Luisa Passarge, Soares Feitosa e Socorro Nunes.
Projeto original criado em janeiro de 2001.
Contato: Floriano Martins bandahispanica@gmail.com | floriano.agulha@gmail.com.
As quatro sessões que integram este Projeto Editorial - Banda Hispânica, Coleção de Areia, Agulha Hispânica e Memória Radiante - possuem regras próprias de conformidade com o que está expresso no portal de cada uma delas.
Agradecemos a todos pela presença diversa e ampla difusão.